La señora que se creía mucho



Había una vez en un pequeño y colorido pueblo llamado Arcoíris, una señora llamada Doña Florinda. Doña Florinda era conocida por su gran personalidad y su impresionante colección de sombreros extravagantes, a los cuales se creía que solo ella podía llevar. Siempre que paseaba por el pueblo, la gente la miraba con admiración, aunque algunos susurraban entre ellos.

Un día soleado, mientras Doña Florinda caminaba con su sombrero más grande y colorido, se encontró con un grupo de niños que estaban intentando volar unas cometas. Sin embargo, el viento no estaba a su favor, y las cometas estaban enredadas entre sí.

"¿Qué les pasa, chicos?", preguntó Doña Florinda, alzando un poco la voz para que la escucharan.

"Nuestras cometas no quieren volar!", respondió una de las niñas con cara de tristeza.

"¡Déjenme ayudarlos! Yo soy la mejor en todo lo que hago", proclamó Doña Florinda con una sonrisa.

Los niños la miraron con ojos esperanzados, pero la señora se agachó para desenredar las cometas sin permitir que nadie la ayudara.

"No se preocupen, que yo puedo hacerlo sola", dijo mientras trataba de deshacerse del enredo.

Después de luchar durante un buen rato, Doña Florinda se dio cuenta de que las cometas seguían enredadas. Frustrada, comentó:

"¡Esto es más difícil de lo que pensé!"

Un niño pequeño, llamado Juanito, se acercó y dijo tímidamente:

"Quizás si trabajamos juntos, lo logremos, Doña Florinda."

A Doña Florinda le pareció un poco raro que un niño pequeño le diera consejos, pero, al mismo tiempo, sintió que podía intentar algo diferente.

"Está bien, Juanito, trabajemos juntos. Pero yo seguiré siendo la que decida, ya que soy la más capacitada."

"Claro, señora", respondió Juanito con una sonrisa.

Los niños se organizaron y comenzaron a trabajar en equipo. Con cada paso, Doña Florinda se dio cuenta de que cada niño tenía ideas propias y valiosas. Al poco tiempo, las cometas se desenredaron.

"¡Lo logramos!", gritó una niña.

"¡Sí! ¡Ahora vamos a volarlas!", dijeron todos emocionados.

Doña Florinda sintió un brillo especial al ver que las cometas danzaban en el cielo azul. Pero algo dentro de ella comenzó a cambiar.

"Chicos" , dijo con una sonrisa más sincera, "ustedes hicieron todo el trabajo. En realidad, yo no soy tan buena como creía."

"No se preocupe, Doña Florinda. Lo importante es que juntos lo logramos!", dijo Juanito mientras soltaba su cometa al aire.

Desde aquel día, Doña Florinda aprendió a valorar el trabajo en equipo y la importancia de escuchar a los demás. Comenzó a invitar a los niños a su casa para que jugaran y compartieran ideas. Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que tenía para aprender de ellos.

Unos días después, el pueblo decidió organizar una gran fiesta. En la plaza, Doña Florinda se puso su sombrero más bonito y, en lugar de ser solo la anfitriona, comenzó a ayudar a todos los que podían, incluidos los niños.

"Chicos, ¿qué les gustaría hacer para divertirnos?", preguntó Doña Florinda.

"Podemos organizar una competencia de cometas!", sugirió Juanito entusiasmado.

"¡Eso suena genial!", exclamó Doña Florinda, sintiendo que la idea venía completamente de ellos.

La fiesta fue un gran éxito, y Doña Florinda se sintió más feliz que nunca. Ella entendió que no se trataba de ser la mejor, sino de compartir y disfrutar juntas las maravillas de la vida. Desde entonces, Doña Florinda no solo fue conocida por su estilo y sombreros llamativos, sino también por su gran corazón y la alegría que traía al pueblo.

Y así, la señora que se creía mucho aprendió que en la diversidad está la verdadera riqueza de la vida, y que trabajar en equipo la hacía sentir más grande que cualquier sombrero.

FIN.

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