La señora sin dientes y los peques valientes



Había una vez, en un pequeño y colorido barrio, una señora llamada Mabel. Mabel era conocida por su peculiar sonrisa. En lugar de dientes blancos y brillantes, tenía espacios vacíos donde alguna vez estuvieron sus dientes. La señora Mabel no solo tenía una sonrisa particular, sino que también tenía una extraña idea: le decía a todos los niños del barrio que no se lavaran los dientes.

"¡No se preocupen, chicos! Los dientes no son importantes. A mí nunca me gustó lavármelos y miren lo feliz que soy", decía Mabel mientras reía a carcajadas.

Los niños, intrigados y un poco confundidos, comenzaron a prestar atención a su mensaje. Al principio, algunos de ellos se sintieron liberados de tener que cepillarse los dientes cada mañana y cada noche. Sin embargo, con el tiempo, comenzaron a notar algo extraño. A pesar de que Mabel siempre estaba sonriendo, había algo en su risa que no era del todo alegre.

"¿Por qué no tiene dientes, mamá?", preguntaba Joaquín a su madre un día mientras jugaban en el parque.

La mamá de Joaquín, con un tono suave, le explicaba:

"Mirá, Joaquín, es importante cuidar de nuestros dientes. Ellos nos ayudan a comer y a hablar bien. Si no los cuidamos, pueden pasarnos cosas no muy lindas. Yo siempre me lavo los dientes y por eso los tengo sanos y fuertes."

Con esas palabras, Joaquín comenzó a preocuparse un poco y fue a contárselo a sus amigos.

"Chicos, creo que deberíamos lavarnos los dientes. La señora Mabel puede estar equivocada. A mí me gustaría tener dientes como los de mi mamá."

Los amigos de Joaquín comenzaron a murmurar. Al principio, todos estaban entusiasmados con la idea de no lavarse los dientes, pero ahora empezaban a dudar. Sin embargo, había una pequeña niña llamada Lila que decidió que quería hablar con Mabel.

Lila, con esa valentía propia de los niños, fue a la casa de Mabel y la encontró sentada en su porche.

"Señora Mabel, ¿puedo preguntarle algo?", inquirió Lila con timidez.

"Claro, mi querida. Lo que quieras", respondió Mabel, sonriendo.

"¿Por qué no se lava los dientes?", preguntó Lila, fijando su mirada en los espacios vacíos.

Mabel, por un momento, quedó callada. Luego suspiró y explicó:

"Bueno, querida, cuando era joven, no le presté atención a mis dientes. Pensé que nunca me pasaría nada malo. Pero ahora los extraño. Me gustaría tenerlos, pero tengo que vivir con esto."

Lila escuchó atentamente y luego, con toda la sinceridad de su corazón, le dijo:

"Yo quiero cuidar mis dientes, señora Mabel. No quiero que me pase lo mismo que a usted. Mis amigos y yo empezaremos a lavarnos los dientes."

Las palabras de Lila hicieron reflexionar a Mabel. Se dio cuenta de que había estado dando un mal ejemplo, aunque no lo hubiera hecho a propósito. Se sintió triste por su propia decisión, pero a la vez inspirada por la valentía de Lila.

Entonces, Mabel decidió cambiar su enfoque.

"¡Tienen razón, Lila! Tal vez sea hora de que empiece a cuidar de mis dientes. Quiero que ustedes tengan sonrisas brillantes y fuertes. ¿Les gustaría que hiciera una reunión donde les enseñe lo importante que es cuidar de los dientes?"

Los ojos de Lila y de los demás niños se iluminaron.

"¡Sí, sí, sí!", gritaron todos juntos.

Por primera vez, Mabel sintió que podía ser un buen ejemplo. Preparó una tarde de juegos en su casa, donde, con la ayuda de los niños, aprendieron sobre la higiene dental, cómo cepillarse correctamente y la importancia de visitar al dentista. Mabel incluso trajo cepillos de dientes y pasta de dientes para todos.

Al final del día, todos se fueron a casa con una sonrisa radiante, algunos mostrando sus nuevos cepillos de dientes.

"Gracias, señora Mabel por enseñarnos. Ahora sí vamos a cuidar nuestros dientes... y su sonrisa también", le dijeron los niños entusiasmados.

Mabel sonrió, no solo porque estaba rodeada de pequeños aprendices, sino también porque se dio cuenta de que nunca era tarde para aprender y cambiar. Desde ese día, se lavó los dientes con alegría, y los niños del barrio la acompañaban con gusto.

Así, Mabel y los niños del barrio se convirtieron en los mejores cuidadores de sus sonrisas, y la señora Mabel pasó de ser una mujer con un gran vacío en su sonrisa a ser una verdadera embajadora de la higiene dental. Todos, incluyendo a Mabel, aprendieron que cuidar de los dientes es tan importante como compartir risas y momentos juntos.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!