La señora Valentina y los sustos de la noche



Había una vez, en un pequeño pueblo, una señora llamada Valentina. Valentina era una mujer mayor, muy querida por los vecinos, pero tenía un pequeño secreto: siempre la asustaban.

Cada noche, cuando el sol se escondía detrás de las montañas, los ruidos misteriosos comenzaban a escucharse en su casa. La señora Valentina ponía su sillón favorito mirando hacia la ventana y se abrigaba con una manta. Pero, a pesar de su propio confort, a veces sentía que algo extraño la acechaba.

Una noche, mientras se acomodaba en su sillón, escuchó un fuerte golpe.

- ¡Ay, qué fue eso! - exclamó, sobresaltada.

Afuera, dos pequeños chicos del pueblo, Lucas y Ana, que eran sus vecinos, se reían y hacían ruidos con una lata.

- ¡Vamos, que ya asustamos a la señora Valentina! - dijo Lucas.

- ¡Sí! La señora Valentina es la mejor para jugar a asustar - rió Ana.

Pero la señora Valentina, en lugar de enojarse, decidió que era hora de hacer algo diferente. Esa misma noche, al día siguiente, invitó a los chicos a su casa.

- ¡Hola, chicos! - saludó Valentina con una enorme sonrisa. - Escuché que estaban haciendo ruidos y me asustaron.

- ¡Perdón, señora Valentina! - se disculpó Ana. - Solo queríamos divertirnos un poco.

- No se preocupen, porque les tengo una idea: ¿qué les parece si en lugar de asustar, hacemos algo juntos? - propuso Valentina.

Los ojos de los chicos brillaron de emoción.

- ¡Sí! - gritaron al unísono. - ¿Qué vamos a hacer?

La señora Valentina les mostró un antiguo juego que había jugado de niña. Era un juego de sombras y luces con un proyector que ella tenía guardado en un rincón de su casa.

- Miren, esto se llama Teatro de Sombras. ¡Podemos inventar historias y representarlas! - les explicó.

Los chicos estaban fascinados. Juntos comenzaron a armar pequeñas historias: leones que hablaban, magos que hacían trucos y hadas que danzaban.

Pero eso no fue todo. Valentina les propuso organizar una función en el patio de su casa, invitando a todos sus vecinos.

- ¡Qué buena idea! - gritó Lucas. - Vamos a hacer una gran obra.

Los días pasarían llenos de ensayos. Valentina se convirtió en la directora, y Lucas y Ana, los protagonistas. La señora Valentina les enseñó a hacer sus propias marionetas de papel, y durante las noches, olvidaron el miedo y comenzaron a reír y disfrutar de la compañía.

Finalmente llegó el día de la función. Los vecinos se reunieron en el patio de la señora Valentina. Cuando cerraron las cortinas, Valentina encendió las luces del proyector, y comenzó el espectáculo.

La gente aplaudía y reía. Valentina se sintió tan feliz de ver a todos disfrutando de las risas y la alegría.

- ¡Esto es mucho más divertido que asustar! - dijo Ana al final de la actuación.

- Y además, hemos hecho amigos - agregó Lucas.

Valentina sonrió, sintiéndose querida y acompañada.

Desde esa noche, nunca más le hicieron sentir miedo. Cada vez que los ruidos volvían a aparecer, la señora Valentina sabía que, en vez de asustarse, tenía unos amigos a su lado listos para jugar.

Y así, en el pequeño pueblo, la señora Valentina se convirtió en la anfitriona de las noches de teatro, llenas de risas, magia y, sobre todo, amistad.

- ¡Qué suerte que tenemos de tenerte, señora Valentina! - le decía Ana.

- Sí, gracias por compartir tus historias con nosotros - agregó Lucas.

Valentina sonreía y decía, - La vida es mucho mejor cuando la compartimos.

Y así, con cada nueva función, el pueblo aprendió que, con un poco de creatividad y risas, los miedos se convierten en hermosas aventuras.

FIN.

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