La serpiente del bosque



Había una vez un chico llamado Tomás. Era un niño muy curioso y siempre estaba explorando el mundo que lo rodeaba.

Un día, mientras caminaba por el bosque cerca de su casa, vio algo que lo asustó tanto que se desmayó. Cuando despertó, estaba en la cama de su habitación. Su mamá estaba a su lado, preocupada por él. "¿Qué pasó hijo?", preguntó ella.

Tomás explicó lo que había visto en el bosque: una enorme serpiente con escamas brillantes y ojos rojos como brasas encendidas. Había sido tan aterrador que no pudo soportarlo y se desmayó. Su mamá le dio un abrazo reconfortante y le aseguró que todo estaría bien.

"A veces las cosas pueden parecer aterradoras cuando las vemos por primera vez", dijo ella, "pero eso no significa que debamos tenerles miedo para siempre". Esa noche, Tomás tuvo problemas para dormir.

Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de aquella serpiente gigante en su mente. Pero luego recordó las palabras de su madre y decidió enfrentar sus miedos. Al día siguiente, Tomás regresó al bosque con determinación en su corazón.

Sabía que tenía que superar sus temores si quería seguir explorando el mundo como lo hacía antes. Mientras caminaba por el bosque, encontró muchas cosas maravillosas: flores silvestres hermosas, animales juguetones e incluso algunas bayas deliciosas para comer.

De repente oyó un ruido detrás de unos arbustos cercanos. Su corazón latía con fuerza, pero decidió acercarse para ver qué era. Cuando llegó más cerca, se dio cuenta de que no había nada peligroso allí: sólo un conejito jugando en la hierba.

Tomás sonrió aliviado y decidió quedarse un rato más en el bosque. Aprendió a disfrutar las cosas bellas que la naturaleza tenía para ofrecer y se dio cuenta de que no debía tener miedo a lo desconocido.

Desde ese día en adelante, Tomás siguió explorando el mundo con una sensación renovada de curiosidad y valentía. Sabía que siempre habrían cosas nuevas por descubrir, pero estaba decidido a enfrentarlas sin miedo y encontrar la belleza oculta detrás de cada cosa nueva que viera.

Y así, Tomás aprendió una lección importante: nunca debemos dejar que nuestros temores nos detengan. Siempre hay nuevos mundos por descubrir y aventuras por vivir, si tenemos el coraje para enfrentarlos.

FIN.

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