La serpiente generosa del desierto
En lo más profundo del árido desierto vivía una serpiente llamada Silvia. Silvia era una serpiente muy astuta y valiente, pero también tenía un gran problema: siempre tenía hambre.
Por más que cazara lagartijas y ratones del desierto, su apetito voraz nunca parecía saciarse. Un día, mientras recorría las dunas en busca de algo para comer, divisó a lo lejos a un escorpión caminando con dificultad sobre la arena caliente.
El pobre escorpión parecía herido y débil, y Silvia supo en ese momento que sería su próxima presa. Sin embargo, cuando se acercó al escorpión, notó que no intentaba escapar ni defenderse.
En cambio, el pequeño artrópodo le habló con voz temblorosa:"Por favor, Serpiente Silvia, no me lastimes. Estoy herido y débil, pero si me perdonas te prometo ayudarte de alguna manera". Silvia frunció el ceño ante la petición del escorpión.
Ella no estaba acostumbrada a mostrar compasión por sus presas; sin embargo, algo en la mirada del pequeño insecto la hizo detenerse. "¿Cómo podrías ayudarme tú? Eres solo un escorpión indefenso", dijo Silvia con desconfianza.
El escorpión levantó lentamente una de sus tenazas y señaló hacia una cueva cercana entre las rocas. "Dentro de esa cueva hay un tesoro escondido que nadie más ha podido encontrar. Si me salvas la vida y me permites recuperarme, te llevaré hasta allí para que te lo quedes como recompensa", propuso el escorpión.
Silvia reflexionó durante unos instantes. Por primera vez en mucho tiempo sintió curiosidad por algo diferente a llenar su estómago vacío. Decidió darle una oportunidad al pequeño escorpión y lo llevó cuidadosamente hasta su madriguera entre las rocas.
Los días pasaron y el escorpión se recuperaba lentamente gracias a los cuidados de Silvia.
Durante ese tiempo, ambos compartieron historias sobre sus vidas en el desierto y desarrollaron una extraña amistad que iba más allá de ser depredador y presa. Finalmente, llegó el día en que el escorpión se encontraba lo suficientemente fuerte como para cumplir su promesa.
Condujo a Silvia hasta la misteriosa cueva entre las rocas y juntos exploraron su interior oscuro hasta hallar un antiguo cofre lleno de piedras preciosas resplandecientes. "¡Es increíble! ¡Nunca hubiera encontrado este tesoro sin tu ayuda!", exclamó emocionada Silvia mientras admiraba las joyas centelleantes dentro del cofre.
El escorpión sonrió orgulloso al ver la felicidad de su amiga serpentil. "Gracias por confiar en mí e ir más allá de tus instintos básicos, Serpiente Silvia. Ahora tienes riquezas invaluables que compartir con todos los habitantes del desierto", dijo el pequeño artrópodo con gratitud.
Desde ese día en adelante, Silvia aprendió a controlar su voraz apetito cazando solo lo necesario para sobrevivir.
Compartió generosamente parte de sus tesoros con los demás animales del desierto e incluso organizaba cenas comunitarias para celebrar la amistad entre especies tan diferentes como ella misma y el humilde escorpiones.
Y así fue cómo una serpiente hambrienta encontró algo aún más valioso que comida: descubrió la importancia de la amistad genuina y cómo los actos desinteresados pueden traer alegría no solo a uno mismo sino también a quienes nos rodean.
FIN.