La Servilleta Mágica de Doña Clara



En un pequeño y olvidado barrio, vivía una viejita llamada Doña Clara. Cada día, ella se despertaba con la luz del sol, miraba por la ventana y suspiraba. No sólo estaba sola, sino que también era muy pobre. Sus hijos se habían mudado lejos y rara vez se acordaban de ella. Doña Clara pasaba sus días tejiendo y recordando los momentos felices del pasado.

Una mañana, mientras paseaba por el parque, se encontró con un señor anciano que parecía tener una chispa en sus ojos.

"¡Buen día, Doña Clara!" - saludó el señor.

"¡Buen día!" - respondió Doña Clara, un poco sorprendida.

El viejo se acercó a ella y, sonriendo, le dijo:

"Veo que siempre tienes el rostro triste. ¿Qué te pasa?"

"Es que casi no tengo para comer, y mis hijos no vienen a visitarme..." - suspiró la viejita.

El señor pensó un instante y, de repente, sacó de su bolsillo una servilleta blanca y brillante.

"Toma esta servilleta, Doña Clara. Cada vez que tengas hambre, colócala en tu mesa y pide de comer lo que quieras. Y recuerda, ¡nunca te sientas sola!"

Doña Clara lo miró con asombro y un poco de duda, pero aceptó la servilleta con gratitud.

Al llegar a casa, Doña Clara sintió un cosquilleo en su estómago. Decidió probar la servilleta.

"Bueno, aquí va..." - murmuró mientras colocaba la servilleta sobre su mesa.

"Quiero... una sopa caliente, por favor."

Para su asombro, al instante, apareció un humeante plato de sopa. ¡No podía creerlo! Se sentó a comer, saboreando cada cucharada. Aquella noche, se acomodó en su sillón con una sonrisa que iluminaba su rostro.

Los días pasaron y, cada vez que tenía hambre, usaba la servilleta. A veces pedía un delicioso guiso, otras veces, un pastel y, por último, un gran pedazo de torta. Pero a medida que pasaba el tiempo, notó que había algo más que un simple regalo: se sentía feliz.

Aprovechó su alegría y comenzó a cocinar para los demás. Se acercaba al parque y ofrecía su comida a los niños que jugaban, a los ancianos que solían sentarse a la sombra de los árboles, y, de a poco, fue formando un nuevo hogar.

Un día, mientras preparaba un gran banquete para el barrio, aquellos niños que alguna vez la miraban con tristeza, ahora se acercaron:

"Doña Clara, ¿podemos ayudarte?" - preguntaron con entusiasmo.

"¡Sí, claro que sí! Todos son bienvenidos a colaborar conmigo," - respondió sonriendo.

Juntos, prepararon un festín increíble y la casa de Doña Clara se convirtió en un lugar de encuentro. En la noche de la cena, los vecinos la rodearon y se sentaron alrededor de la mesa,

"¡Gracias, Doña Clara! Eres la mejor cocinera del barrio!" - exclamaron todos.

"No solo cocino, también comparto amor y risas," - dijo ella, con lágrimas de felicidad en sus ojos.

A los pocos días, los hijos de Doña Clara la visitaron, sorprendidos al escuchar lo que estaba sucediendo en su vida. Al entrar a su casa, no sólo encontraron a su madre feliz, sino también riendo y rodeada de gente que la quería.

"¡Mamá! ¿Qué pasó?" - preguntaron los hijos, algo avergonzados.

"Descubrí que la felicidad se multiplica al compartir," - respondió ella.

Los hijos, asombrados por la calidez que emanaba la casa, decidieron quedarse y ayudar a su madre en sus proyectos.

Doña Clara nunca dejó de usar la servilleta, pero ya no era solo para alimentarse. Con sus hijos a su lado y muchos amigos nuevos, encontró la verdadera magia de la vida: el amor y la conexión. Así, cada vez que colocaba la servilleta en la mesa, ya no solo tenía comida, sino también compañía y alegría.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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