La Siembra de los Diablos



Érase una vez en los majestuosos Andes, un joven llamado Mateo. Desde muy pequeño, sus padres le enseñaron a trabajar la tierra, pero a Mateo no le gustaba ayudar. Prefería jugar con sus amigos y perderse en la montaña.

Un día, su madre le pidió que la ayudara a sembrar unas semillas de maíz.

"¡Mateo! Ven, necesitamos tu ayuda para preparar la tierra" - le gritó su mamá desde el campo.

"No tengo ganas, ¡quiero jugar!" - respondió el joven, rascándose la cabeza.

Su padre, intentando motivarlo, dijo: "Ayudar es importante, hijo. Este año el maíz será la cosecha más linda que hayamos tenido.

Al ver a sus padres tan dedicados, Mateo finalmente decidió ayudar, pero de mala gana. Despertó temprano y se unió a ellos en el campo, pero con una actitud desinteresada.

Cada vez que sus padres le pedían que cavara un poco más profundo o que desmalezara una zona, él sólo hacía lo mínimo y luego se sentaba a descansar.

Mientras trabajaban, Mateo notó algo extraño en el aire. Una risa burlona comenzó a resonar por los alrededores. Al mirar hacia la ladera, vio a unos personajes extraños, que parecían diablos. Eran pequeños, de piel roja y tenían cuernos, pero llevaban gorras de paja y estaban vestidos de manera muy divertida.

"¡Hola, chico perezoso! ¿No vas a sembrar bien?" - gritó uno de los diablos, haciendo una pirueta.

Mateo se sorprendió. "¿Quiénes son ustedes?" - preguntó, escondiéndose un poco tras una roca.

"Nosotros somos los Diablos de la Siembra, venimos a enseñarte una lección" - dijo otro, riendo.

Mateo, intrigado, se acercó un poco más. "¿Y qué lección quieren enseñarme?" - preguntó, aún receloso.

"Mira, chico. Si no siembras con amor y dedicación, las plantas no crecerán fuertes. ¿No sabes que cada planta necesita cariño y esfuerzo?" - le explicó el primer diablillo.

"No sé…" -contestó Mateo, pensando en el maíz que cultivan sus padres.

Los diablos decidieron mostrarle. Se formaron en círculo y de sus manos brotaron semillas que empezaron a saltar en el aire.

"¡Sembrar es un juego! No es sólo trabajar, hay que hacerlo con alegría" - gritó uno, mientras danzaban al ritmo de una música imaginaria.

Entonces, uno de ellos se le acercó y le preguntó: "¿Vas a seguir siendo perezoso, o te unirás a nosotros?"

Mateo se quedó pensando. "Hmm, tal vez… si me muestran cómo, puedo intentarlo" - admitió, con un destello de motivación en sus ojos.

Los diablos le enseñaron a saltar y bailar mientras sembraban. Y aunque se sentía raro al principio, pronto se dio cuenta de que era divertido. Así, con cada semilla que sembraban juntos, Mateo sonreía más y más.

"¡Uno, dos! ¡A sembrar con alegría!" - gritó uno de los diablos mientras todos aplaudían a su alrededor.

Cuando el sol comenzó a ocultarse, el campo se llenó de risas y Mateo había sembrado más que en toda su vida. Al finalizar el día, los diablos comenzaron a desvanecerse en el aire.

"Recuerda, Mateo: sembrar es un acto de amor y comunión con la tierra. ¡No lo olvides!" - gritó un diablillo mientras se alejaban.

Mateo, agotado pero feliz, regresó a casa. Contó a sus padres lo que había vivido y cómo los diablos le enseñaron la importancia del trabajo en equipo y la dedicación. Desde ese día, nunca volvió a ayudar de mala gana. Cada vez que ayudaba a sembrar, lo hacía con un gran sonrisa, sabiendo que estaba cultivando algo más que solo maíz; estaba cultivando su propia alegría.

La cosecha fue la mejor que habían tenido en años, y Mateo se dio cuenta de que trabajar juntos había hecho maravillas no solo con la tierra, sino también con su corazón.

Y así, aprendió que en cada siembra hay una semilla de amor que, con dedicación y alegría, florece en algo maravilloso.

FIN.

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