La silla verde de la bondad



Era un soleado día en el pequeño pueblo de Alegría, y todos sus habitantes estaban emocionados por la llegada de la feria anual. Las luces brillantes, los juegos, y las deliciosas comidas llenaban las calles. Sin embargo, había un lugar especial que todos estaban esperando: la plaza donde estaba ubicada la Silla Verde de la Bondad.

Cada año, el alcalde del pueblo, Don Simón, colocaba una silla verde en el centro de la plaza. Aquella silla tenía un brillo especial; se decía que quien se sentara en ella podría desear algo que haría feliz a los demás. Este año, los niños del pueblo decidieron que ellos querían usarla para algo especial.

Entre ellos estaba Lucas, un niño lleno de energía, y Sofía, una niña dulce y bondadosa. Ambos eran amigos desde la infancia. Lucas miró a Sofía y le dijo:

"¿Qué te parece si pensamos en un deseo que ayude a todos?".

"¡Sí! Pero no sé qué pedir. ¿Y si pedimos que nunca falten los juegos y las risas en el pueblo?".

Mientras pensaban, se acercó Tomás, un niño un poco más grande, pero a menudo se sentía solo, porque sus amigos estaban ocupados en otras cosas.

"No sé si eso es suficiente. Quizás deberíamos pedir una cancha de fútbol para divertirnos todos juntos."

Sofía se detuvo un momento a pensar, y dijo:

"Pero si hacemos una cancha, algunos niños no podrán jugar porque tal vez no les guste el fútbol."

Entonces Lucas pensó en voz alta:

"¿Y si pedimos algo que haga feliz a todo el pueblo? Algo que ayude a todos, no sólo a un grupo de amigos".

Mientras charlaban, un grupo de adultos se acercó a la silla: eran los padres que estaban preocupados por la falta de comunicación entre los vecinos. Se pusieron a comentar sobre cómo les gustaría que todos compartieran más tiempo juntos.

Don Simón, al escuchar la conversación, se quedó pensativo y dijo:

"A veces, las diferencias nos alejan; pero conocer, entender y escuchar a los demás puede unirnos. ¿Qué tal si hacemos un Festival de la Amistad donde todos pudiéramos participar?".

Los niños y los adultos se miraron, y de repente, Sofía, con una gran sonrisa, tuvo una gran idea.

"¡Claro! Si pedimos que el pueblo organice un Festival de la Amistad, seguramente todos estarán felices, incluso Tomás, que siempre se siente solo".

Tomás sonrió y, por primera vez, se sintió incluido. Juntos, decidieron que esa sería su petición. Se acercaron a la Silla Verde de la Bondad y cada uno de ellos puso una mano sobre el respaldo. Entonces, Lucas cerró los ojos y dijo:

"Queremos pedir que se haga un Festival de la Amistad y que todos tengamos la oportunidad de hacer amigos y compartir juntos".

Con esa petición en el aire, una brisa suave recorrió la plaza, y todos los habitantes sintieron una cálida energía en sus corazones. Era como si la Silla Verde de la Bondad estuviera de acuerdo con su deseo. Pronto, el eco de la noticia llevó a una gran emoción a todo el pueblo.

Durante las semanas siguientes, toda la comunidad trabajó juntos para organizar el festival. Los padres cocinaron comidas típicas, los abuelos contaron historias antiguas, y los niños prepararon juegos y actividades. El día del festival, la plaza se llenó de risas y música. Don Simón dio un discurso que emocionó a todos:

"Hoy celebramos la amistad y la unión. Gracias a la ilusión de nuestros jóvenes, estamos aquí todos juntos!".

Sofía, Lucas, y Tomás, junto a muchos otros niños, jugaron, bailaron y se rieron sin parar. La soledad de Tomás desapareció, y se dio cuenta de que tenía nuevos amigos. Desde ese día, el Festival de la Amistad se convirtió en una tradición anual del pueblo.

La Silla Verde de la Bondad se volvió el símbolo de su unidad, recordándoles que la verdadera felicidad viene de compartir, escuchar y, sobre todo, ser bondadosos con los demás. Después de todo, la bondad, como la alegría, es contagiosa.

Y así, el pequeño pueblo de Alegría aprendió que juntos podían hacer mucho más de lo que imaginaron.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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