La soga encantada de Antoñito
Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Antoñito. A Antoñito le encantaba jugar y siempre buscaba aventuras emocionantes.
Un día, mientras exploraba el bosque cercano a su casa, encontró una larga soga abandonada entre los árboles. Antoñito, con su curiosidad habitual, decidió llevarse la soga a casa. Desde ese momento, la soga se convirtió en su compañera de juegos favorita.
La usaba para columpiarse entre las ramas de los árboles, para saltar como si fuera una cuerda y hasta la enrollaba alrededor de su brazo haciéndola parecer una serpiente. El niño notó algo extraño en la soga: parecía obedecer sus órdenes y movimientos.
Antoñito decidió llamarla Prímula y pronto se volvieron inseparables. Incluso llegó a dormir abrazado a ella todas las noches. Un día, mientras jugaba en el jardín con Prímula, ocurrió un accidente inesperado.
La soga se deslizó repentinamente de sus manos y golpeó a Antoñito en la cabeza, dejándolo aturdido en el suelo. Cuando recuperó el conocimiento, se dio cuenta de que Prímula estaba a su lado, como si lo estuviera velando. "¿Estás bien?", preguntó preocupado Antoñito.
Prímula no respondió con palabras pero una sensación cálida y reconfortante invadió el corazón del niño. A partir de ese momento, Antoñito entendió que aunque Prímula era divertida y emocionante, también podía ser peligrosa si no se manejaba con cuidado.
Aprendió a respetarla y a usarla de manera segura. Con el tiempo, la amistad entre Antoñito y Prímula se fortaleció aún más. Juntos vivieron muchas aventuras emocionantes pero siempre recordando la importancia de ser prudentes y responsables.
Y así, gracias a la sabiduría adquirida por esa experiencia inolvidable, Antoñito creció siendo un niño valiente e inteligente que nunca más subestimaría el poder de las cosas aparentemente simples como una soga mágica llamada Prímula.
FIN.