La Sombra del Bosque
Era un día soleado cuando Pablo, Sofía y su papá decidieron visitar a sus abuelos que vivían en un pequeño pueblo al borde del bosque. Mientras manejaban, los árboles comenzaban a hacerse más densos y, pese a que el GPS les decía que estaban cerca, de repente, la señal se cortó.
- Papá, ¿estás seguro de que estamos en el camino correcto? - preguntó Sofía, mirando por la ventana cómo los árboles parecían acercarse más.
- Claro, mi amor. Pero creo que debí haber girado a la izquierda antes. Vamos a dar la vuelta - respondió su papá, tratándose de no perder la calma.
Pablo, el hermano mayor, miraba curioso.
- ¿Qué hay de la brújula que compraste, papá? Quizás podamos usarla, así no nos perdemos.
- Tienes razón, Pablo. Vamos a buscarla en el maletero. - dijo su papá mientras detenia el auto.
Al bajarse, se dio cuenta de que el bosque era más grande de lo que pensaba. Mientras revisaban el maletero, Sofía notó algo brillante entre los árboles.
- ¡Miren eso! - exclamó, apuntando hacia una pequeña cabaña abandonada que parecía haber sido olvidada por el tiempo.
- Tengo curiosidad, ¿vamos a verla? - sugirió Pablo, mientras su papá dudaba.
- No sé... Podría ser peligroso.
- Por favor, papá. Solo un vistazo, prometo que seremos cuidadosos - insistió Sofía.
Finalmente, su papá cedió. Se acercaron a la cabaña, que estaba cubierta de enredaderas y parecía contar mil historias.
- Miren estas marcas en la puerta - observó Pablo, tocando las extrañas líneas.
- ¿Qué significarán? - preguntó Sofía, intrigada mientras se acercaba.
De repente, una sombra oscura se proyectó sobre la cabaña. Los niños se congelaron de miedo.
- ¿Qué fue eso? - murmulló Pablo, agarrando la mano de su hermana.
- No lo sé, pero no parece amigable - respondió su papá, protegiendo a los niños detrás de él.
La sombra comenzó a moverse y, para su sorpresa, un pequeño animal apareció: un zorro con una pata atrapada en un alambre.
- ¡Oh, pobrecito! - exclamó Sofía, sintiendo compasión.
- Necesitamos ayudarlo - dijo Pablo con determinación.
- Pero, papá, ¿y si es peligroso? - cuestionó.
Su papá respiró hondo y contestó:
- Si podemos ayudarlo, debemos intentarlo. A veces, el miedo puede ocultar la posibilidad de hacer el bien.
Decidiendo actuar, los niños se acercaron al zorro con cuidado.
- No le tengas miedo - susurró Sofía, tratando de hacer que el zorro se sintiera seguro.
Con mucho cuidado, Pablo logró liberar la pata del animal. El zorro los miró con gratitud y, tras un par de momentos, se fue corriendo al bosque.
- ¡Lo hicimos! - gritó Sofía, saltando de alegría.
- ¡Sí! ¡Y no nos comió! - rió Pablo.
- A veces, todo lo que se necesita es un poco de valentía y compasión - dijo su papá, con una sonrisa orgullosa mientras abrazaba a sus hijos.
Decidieron seguir su camino, ahora con una nueva dirección en la mente y una aventura que contarles a sus abuelos. Al poco tiempo, llegaron a la casa de los abuelos.
- ¡Ah, mis pequeños! ¿Qué aventuras tuvieron en el camino? - preguntó la abuela, con una sonrisa.
- ¡Te lo contamos todo! - exclamaron los niños al unísono.
Descubrieron que el rumbo equivocado había sido, en realidad, la mejor parte del viaje. Aprendieron que incluso en momentos de miedo, se pueden encontrar oportunidades para ayudar y hacer lo correcto. Y así, con la historia del zorro en su memoria, disfrutaron de una cálida cena en familia, porque lo mejor de todo era que, al final, siempre se valoraba el amor y las enseñanzas compartidas.
FIN.