La sombra solitaria
Había una vez en la ciudad de Buenos Aires un pequeño niño llamado Juanito. Era un niño muy curioso y siempre estaba en busca de aventuras emocionantes.
Un día, mientras exploraba el parque cerca de su casa, se encontró con un extraño personaje: Sicópata, una sombra misteriosa con una máscara negra y ojos brillantes. Sicópata era conocido por ser malvado y por sus habilidades para iniciar incendios.
Sin embargo, Juanito no sabía nada sobre eso y solo vio a alguien diferente a los demás. Decidió acercarse a él. "¡Hola! ¿Quién eres tú?", preguntó Juanito con entusiasmo. Sicópata lo miró sorprendido. Nadie nunca antes le había hablado con tanta amabilidad y sin miedo. "Yo...
yo soy Sicópata", respondió tímidamente. "Pero todos me temen". Juanito sonrió y dijo: "No te temo, Sicópata. Solo quiero ser tu amigo". La sombra quedó perpleja ante las palabras del niño.
Nunca nadie le había ofrecido amistad antes, siempre lo habían rechazado debido a su apariencia intimidante. A partir de ese día, Juanito visitaba regularmente a Sicópata en el parque. Juntos jugaban y compartían historias divertidas.
El niño veía más allá de la máscara oscura y descubrió que debajo de ella había un corazón solitario que anhelaba afecto. Un día, mientras caminaban juntos por el parque, vieron humo saliendo del bosque.
Juanito se dio cuenta de que había un incendio y corrió a pedir ayuda. Cuando regresó con los bomberos, Sicópata ya estaba allí, usando sus habilidades para controlar el fuego y evitar que se propagara aún más. Los bomberos quedaron asombrados por su destreza y valentía.
Después de apagar el incendio, Sicópata reveló algo sorprendente: tenía la capacidad de manipular las sombras para hacer cosas buenas. Podía crear espectáculos de luces en el cielo nocturno y ayudar a las personas con problemas.
La noticia sobre las acciones heroicas de Sicópata se extendió rápidamente por la ciudad. La gente comenzó a verlo como un héroe en lugar de un villano. Los niños lo admiraban por su valentía y magia con las sombras.
Juanito estaba orgulloso de su amigo, quien había demostrado que todos merecen una segunda oportunidad y que no debemos juzgar a alguien solo por su apariencia. Con el tiempo, Sicópata dejó su máscara negra y comenzó a usar una sonrisa amigable en su rostro.
Se convirtió en un guardián del parque, protegiendo la naturaleza y enseñando a los demás sobre el poder del respeto mutuo. Y así, Juanito aprendió una lección muy importante: nunca juzgues a alguien sin antes conocerlo realmente.
Todos merecen una oportunidad para cambiar y ser mejores personas. Y gracias al valor y amistad de Juanito, Sicópata encontró el camino hacia la redención.
Desde ese día, cada vez que veían una sombra en el suelo, los niños recordaban la historia de Sicópata y cómo una amistad sincera puede cambiar a alguien para siempre.
FIN.