La Sonrisa de Amanda



Había una vez una niña llamada Amanda, que vivía en un pequeño pueblo lleno de sol, flores y risas. Amanda era conocida por su energía contagiosa; siempre corría por el parque, saltando y riendo con sus amigos. Cada mañana, el sol brillaba un poco más cuando ella sonreía.

Un día, mientras jugaba con su pelota en el parque, Amanda se encontró con algo que cambiaría su vida. Esa mañana, su mamá le había dicho que su papá ahora vivía en otra casa.

"¿Por qué, mamá?", preguntó Amanda, frunciendo el ceño, mientras tocaba la hierba con la punta de sus dedos. "Siempre ha sido así, no entiendo por qué tiene que ser diferente."

"A veces las cosas cambian, Amanda. Pero eso no significa que no te quiera, o que tu papá no te quiera”, explicó su mamá, con la voz suave.

Amanda sintió un peso en su pecho. Sus días de risas se volvieron más tristes y llenos de enojo. Cuando veía a sus amigos felices, ella solo podía recordar lo que había perdido, y su sonrisa se desvaneció poco a poco.

"No quiero ir a su casa, no quiero ver a nadie”, dijo Amanda a su mamá un día. “¿Por qué no pueden vivir juntos como antes?"

La distancia entre sus padres parecía ampliarse también dentro de su corazón. Durante días, caminó por el parque sin jugar, observando desde la distancia a sus amigos.

Una tarde, mientras paseaba sola, vio a un perrito abandonado temblando de frío cerca de un árbol. Sin pensarlo, se acercó y lo acarició.

"Hola, pequeño. No estás solo ahora”, dijo Amanda con dulzura, optando por olvidarse de su tristeza por un momento.

El perrito movió la cola, observándola con ojos brillantes. Amanda sintió que había encontrado un nuevo amigo en ese pequeño ser. A partir de ese día, decidió llevarlo a casa.

"Mamá, puedo quedarme con él, por favor”, pidió Amanda con una chispa de esperanza en sus ojos.

Rápidamente, su mamá aceptó. Amanda lo nombró Lucas y, a medida que pasaban los días, Lucas le devolvió la sonrisa que había perdido. Jugar con él comenzó a llenar su corazón de felicidad, y sus risas poco a poco comenzaron a regresar.

Sin embargo, la confusión en su corazón siguió. Tenía que ir a visitar a su papá un fin de semana. Al principio, el tumulto de emociones la invadió, pero decidió que no podría dejar que la tristeza ganara.

"Hola, papá", dijo Amanda cuando llegó a la casa de su papá. Aunque había algo de desconfianza en su mirada, también había un velo de curiosidad.

"Hola, Amanda", respondió él con una gran sonrisa. “Quiero mostrarte algo. Ven, acompáñame.”

El papá de Amanda la llevó a un hermoso jardín lleno de mariposas.

"Mirá, cada mariposa representa un momento feliz. A veces esas momentos cambian, pero siempre están en donde los guardamos en nuestro corazón”, le explicó su papá mientras juntas observaban los colores vibrantes.

Amanda pensó en Lucas, en cómo había traído alegría de vuelta a su vida, y se dio cuenta de que, aunque sus padres ya no vivían juntos, todavía podían compartir momentos especiales.

"¿Podemos venir aquí siempre que yo quiera?", preguntó Amanda, ansiosa.

- “¡Claro! Siempre podrás venir a tu jardín de mariposas, y allí podremos crear momentos felices juntos”, dijo su papá, abrazándola.

Desde aquel día, Amanda hizo un esfuerzo por recordar que, aunque la vida a veces traía cambios complicados, siempre había formas de ser feliz y de encontrar la alegría en cada rincón. Aprendió a disfrutar cada momento con su papá, y a jugar con Lucas, sumado a la alegría de ver a su mamá.

Amanda entendió que aunque sus papás vivieran en casas diferentes, el amor que compartían por ella no había cambiado. Ahora, en su corazón, guardaba sonrisas y recuerdos en ambos lugares—colectando mariposas de felicidad por donde quiera que iba.

Y así, un día a la vez, la alegría de Amanda volvió a brillar como el sol en el cielo, y con su hermoso rayo de esperanza, iluminó a todos a su alrededor.

FIN.

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