La Sonrisa de la Abuela Rosa
Había una vez una abuela llamada Rosa que vivía sola en su pequeña casa en un tranquilo pueblo. Había perdido a su esposo hacía muchos años y desde entonces se sentía triste y solitaria.
Pasaba sus días mirando por la ventana, sin ganas de hacer nada. Un día, mientras Rosa estaba sentada en su mecedora, escuchó un ruido proveniente del jardín. Se levantó lentamente y fue a ver qué era lo que ocurría.
Para su sorpresa, encontró a un niño pequeño jugando entre las flores. - ¡Hola! ¿Quién eres tú? - preguntó Rosa con curiosidad.
El niño sonrió ampliamente y respondió: - ¡Soy Benito! Me he mudado aquí con mis padres y vine a explorar el vecindario. Rosa quedó encantada con aquel niño tan amable y decidieron pasar tiempo juntos todos los días. Benito le mostraba juegos nuevos, le contaba historias divertidas y llenaba la casa de risas.
Poco a poco, la tristeza que había invadido el corazón de Rosa comenzó a desvanecerse. La alegría de Benito era contagiosa y ella volvía a disfrutar de las cosas simples de la vida como pasear por el parque o compartir una merienda al aire libre.
Un día, mientras caminaban por el bosque cercano al pueblo, Benito notó algo extraño en un árbol viejo y retorcido. - Abuela Rosa, ¿qué te parece si plantamos algunas semillas aquí? Podríamos cuidarlas juntos hasta que crezcan grandes árboles frondosos.
Rosa sonrió y asintió emocionada. Juntos, plantaron semillas de diferentes árboles alrededor del tronco viejo. Cuidaron de ellas con amor, regándolas y protegiéndolas del sol. Con el paso del tiempo, las semillas germinaron y se convirtieron en pequeñas plántulas.
Benito y Rosa veían cómo crecían día a día, llenando el bosque de vida y color. Un día, mientras paseaban por el bosque, Rosa notó que había un camino nuevo que no estaba antes.
- Abuela Rosa, ¿te gustaría explorar este nuevo camino juntos? - preguntó Benito con entusiasmo. Rosa aceptó encantada la propuesta de su nieto adoptivo. Caminaron por aquel sendero desconocido hasta llegar a una hermosa cascada rodeada de flores silvestres.
- ¡Es maravilloso! - exclamó Rosa admirando la belleza del lugar. Desde ese día, la abuela y el niño siguieron explorando nuevos lugares juntos. Descubrieron cuevas secretas donde habían tesoros escondidos y construyeron casitas para los animales del bosque.
La alegría había vuelto definitivamente a la vida de Rosa gracias a Benito. Ya no se sentía sola ni triste porque ahora tenía un compañero fiel e incondicional que le recordaba lo hermosa que era la vida.
Y así fue como un nene llegó a la vida de su abuela para devolverle la alegría y las ganas de vivir. Juntos compartieron momentos mágicos que nunca olvidarán, demostrando que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que puede iluminar nuestro camino.
FIN.