La sonrisa de Rufus



En un pequeño pueblo llamado Risas Felices, vivía un payaso muy especial llamado Rufus.

Rufus era conocido por su traje rojo brillante, sus enormes zapatos y, sobre todo, por su nariz extremadamente larga y curva que se movía de manera graciosa cada vez que hablaba. Un día soleado, Rufus decidió dar un espectáculo en la plaza del pueblo. Los niños corrían emocionados hacia él al verlo llegar con sus globos de colores y su sonrisa contagiosa.

Pero lo más sorprendente ocurría cuando Rufus miraba fijamente a los niños con su nariz rara: ¡empezaban a reír sin poder parar! - ¡Hola chicos y chicas! ¿Están listos para divertirse hoy? -exclamó Rufus con entusiasmo mientras hacía malabares con sus globos.

- ¡Síííí! -gritaron los niños emocionados. La risa de los niños llenaba el aire mientras Rufus realizaba trucos divertidos y contaba chistes ingeniosos.

Sin embargo, algo inesperado sucedió esa tarde: un niño llamado Martín no estaba riendo como los demás. Estaba sentado en una banca, mirando al suelo con gesto triste.

Rufus se acercó a Martín con curiosidad y le preguntó:- ¿Qué te pasa, amigo? ¿Por qué no estás riendo? Martín levantó la mirada y dijo en voz baja:- Es que... me cuesta mucho encontrar motivos para reír últimamente. Rufus sintió un apretujón en el corazón al escuchar las palabras de Martín.

Se sentó a su lado y le dijo amablemente:- A veces la vida nos pone a prueba, pero siempre hay algo bueno esperando si aprendemos a verlo desde otro ángulo. ¿Quieres intentar hacerlo juntos? Martín asintió tímidamente, intrigado por las palabras del payaso peculiar.

Así comenzaron una aventura inolvidable por Risas Felices: ayudaron a una abuelita distraída a encontrar sus lentes perdidos, arreglaron el jardín de la escuela que estaba descuidado y compartieron helados con los vecinos del pueblo.

Con cada buena acción realizada, Martín empezó a sentirse más ligero en el corazón y una sonrisa tímida asomaba en su rostro poco a poco. Al caer la tarde, todos regresaron a la plaza donde Rufus preparó una sorpresa especial: un show de luces brillantes acompañadas de música alegre.

Los niños se maravillaron ante el espectáculo luminoso mientras Martín observaba extasiado junto al payaso amistoso. De repente, todos los globos coloridos que había traído Rufus empezaron a brillar en la oscuridad como estrellas fugaces. - ¡Wow! ¡Es increíble! -exclamó Martín emocionado.

Rufus le guiñó un ojo e hizo una reverencia divertida antes de decir:- La magia está dentro de nosotros; solo hace falta abrir nuestros corazones para dejarla brillar.

Desde ese día, Martín aprendió que la alegría puede encontrarse incluso en los momentos más oscuros si uno está dispuesto a buscarla. Y así, gracias al payaso vestido de rojo con nariz rara pero encantadora, descubrió el verdadero significado de ser feliz: compartir amor y risas con quienes lo necesitan.

FIN.

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