La tía que era mala



En un pequeño pueblo de Argentina, vivía una familia compuesta por Lucas, un niño curioso y lleno de energía, su mamá, Ana, y su papá, Carlos. Todo el mundo en el pueblo decía que la tía Marta, la hermana de Ana, era una tía mala. La tía Marta siempre se quejaba y nunca tenía una sonrisa para compartir. La gente decía que sus casas eran sombrías y que siempre se iba a su casa cuando había una fiesta.

Un día, la mamá de Lucas le comentó con tristeza: "Lucas, tu tía Marta vendrá a visitarnos este fin de semana. Ten mucho cuidado, porque siempre está de mal humor".

Pero el pequeño Lucas, lleno de curiosidad, pensó: "Quizás la tía Marta no siempre fue así. Tal vez es solo una persona complicada". Decidió que haría todo lo posible para hacerla sonreír.

El sábado llegó y con él la tía Marta. Entró con su abrigo gris y una mirada seria. "Hola a todos" – dijo con un tono que no prometía alegría. Lucas, con su mejor sonrisa, se acercó a ella. "Hola tía Marta, ¿te gustaría jugar conmigo a un juego de mesa?".

La tía Marta frunció el ceño. "No tengo ganas de jugar". Pero Lucas no se dio por vencido. "Tal vez pueda mostrarte cómo jugar. Es muy divertido".

Marta lo miró con desconfianza, pero decidió darle una oportunidad. Mientras jugaban, Lucas empezó a hacer chistes y comentarios divertidos. La tía, cada vez más involucrada en el juego, comenzó a sonreír. "Este juego es... interesantemente entretenido" – dijo, mientras jugaba una carta en el tablero.

Sin embargo, la tarde cambió cuando Marta recibió una llamada telefónica. Al terminar la conversación, sus ojos estaban llenos de tristeza. "Debo irme“ – anunció, mientras se ponía el abrigo. "La casa de mi amiga está en problemas y debo ayudarla".

Lucas, sintiendo que algo no estaba bien, la siguió hasta la puerta. "Tía Marta, ¿por qué no le pides ayuda a la gente de aquí?".

Marta suspiró. "Porque la gente siempre me mira raro. Pienso que no les caigo bien".

Pero Lucas, lleno de empatía, dijo: "Tal vez solo necesites darles una oportunidad, como yo". Esto le hizo reflexionar a Marta.

Decidió no abandonar a sus amigas y buscó a la gente del pueblo. La tía Marta empezó a tocar puertas, y para su sorpresa, la gente comenzó a ofrecer ayuda.

"¿Puedo ayudar también?" – preguntó Lucas, que estaba emocionado.

A medida que más y más vecinos se unían para ayudar, Lucas y Marta se dieron cuenta de lo poderoso que era trabajar juntos. En las siguientes horas, llenaron la casa de su amiga de amor y risas.

Al final del día, Marta se sentó en un sillón, exhausta pero feliz. "Nunca pensé que recibiría tanta ayuda" – admitió.

Lucas sonrió y le dio un abrazo. "Ves tía, todos tenemos algo bueno dentro".

Desde ese día, la tía Marta dejó de ser solo la tía mala. Aprendió a abrir su corazón y a dejar que la gente entrara en él. Comenzó a disfrutar de las fiestas en la casa de Lucas y hasta organizó su propio juego de mesa para invitar a más niños del pueblo.

La tía Marta nunca fue la misma después de su visita. Aprendió que, a veces, la verdadera felicidad viene de compartir y aceptar ayuda, y que todos merecen una segunda oportunidad para mostrar su mejor versión. Y así, el pueblo no solo ganó una tía más amable, sino también una comunidad más unida.

FIN.

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