La Tienda Encantada de Don Patricio
En un pequeño pueblo lleno de colores y risas, había una tienda muy especial llamada "La Tienda Encantada de Don Patricio". Don Patricio era un anciano con una barba blanca y unos ojos brillantes que siempre escondían una sonrisa. Su tienda estaba llena de objetos curiosos: frascos de colores, sombreros que volaban, pelotas que rebotaban solas y juguetes que cantaban cuando nadie los miraba.
Los niños del pueblo adoraban visitar la tienda, pero había un misterio que todos conocían: al caer la noche, los objetos de la tienda cobraban vida y daban saltos por todas partes.
Un día, un grupo de amigos compuesto por Lila, Tomás y Julián, decidió aventurarse a pasar la noche en la tienda.
"¿Estás seguro de que queremos hacerlo?" - preguntó Lila, algo asustada.
"¡Claro que sí! Va a ser divertido y así podremos contarle a todos que pasamos la noche en la tienda encantada!" - respondió Julián emocionado.
Tomás, el más temeroso, dudaba un poco, pero accedió.
Cuando la tienda cerró sus puertas, la luz de la luna iluminaba los estantes llenos de objetos peculiarmente brillantes. Los tres amigos se acomodaron en una esquina con sus mantas y pronto se quedaron dormidos.
Mientras tanto, a la medianoche, la tienda comenzó a cobrar vida. Los frascos de colores comenzaron a girar y a susurrar, y los juguetes empezaron a bailar. De repente, los amigos despertaron al escuchar música.
"¿Escucharon eso?" - dijo Tomás, con los ojos como platos.
"Sí, parece que algo está pasando..." - respondió Lila.
Los tres se asomaron cautelosamente y vieron cómo un sombrero de copa hacía un espectáculo de magia.
"¡Miren!" - gritó Julián "Es un sombrero encantado. ¡Quiero probarlo!"
Julián se acercó, pero el recuerdo de la advertencia de Don Patricio sobre no tocar los objetos sin permiso apareció en su mente.
"Pero si lo hacemos, lo podemos romper..." - dijo Tomás preocupado.
"Pero también podría ser muy divertido..." - argumentó Lila.
De pronto, todos los objetos comenzaron a hablar juntos.
"¡Por favor, no toquen sin pedirnos primero!" - dijeron en coro. Los amigos se asustaron un poco, pero los juguetes continuaron. "Es que estamos muy solos aquí, y nos gustaría jugar y divertirnos un rato. ¡Nos sentimos tan felices cuando nos eligen!" -
Los amigos se dieron cuenta de que no estaban solos, y los objetos sólo querían compañía.
"Podemos jugar juntos, siempre y cuando tomemos turnos y respetemos los espacios de cada uno" - sugirió Lila.
Las aguas se calmaron y comenzaron a jugar. Mientras tanto, los objetos les contaron historias de aventuras que habían tenido con otros niños. La noche se llenó de risas y música.
Cuando el sol comenzó a asomarse por el horizonte, los amigos sabían que era hora de despedirse.
"Esto fue lo más mágico que viví en mi vida" - dijo Julián contento.
"¿Volveremos a venir?" - preguntó Tomás, todavía un poco nervioso pero emocionado.
"¡Sí! Pero ahora vamos a contarle a Don Patricio lo que hicimos" - afirmó Lila.
Cuando Don Patricio abrió la tienda, los niños lo recibieron con sus anécdotas llenas de alegría.
"¿Y aprendieron algo?" - preguntó Don Patricio, riendo.
"Sí, que siempre hay que pedir permiso y respetar a los demás" - respondieron en coro.
Desde ese día, los amigos viajaron a la tienda cada semana para jugar y compartir nuevas aventuras con los juguetes, siempre recordando que la amistad y el respeto son la verdadera magia.
Y así, la Tienda Encantada de Don Patricio se convirtió en el lugar favorito del pueblo, donde todos los niños aprendían que lo más importante en cualquier juego es cuidar de los demás y, por supuesto, nunca dejar de soñar.
Fin.
FIN.