La tormenta de las estrellas



Era una noche oscura y llena de nubes. Los relámpagos cruzaban el cielo iluminando brevemente a un grupo de jóvenes que se encontraban en el parque, jugando a las escondidas. La lluvia comenzaba a caer, pero eso no les importaba. Se reían y saltaban, disfrutando de la aventura y la emoción de sentirse libres.

- ¡Vamos, chicos! ¡Es más divertido con lluvia! - gritó Mariana, mientras corría hacia un gran árbol para esconderse.

- ¡Pero nos vamos a empapar! - respondió Tomás, que siempre pensaba en la lógica del juego.

- ¡Exactamente! ¡Eso es lo que lo hace genial! - exclamó Lucas, entusiasmado.

De repente, un fuerte trueno resonó en el aire y la lluvia comenzó a caer con más fuerza. Los amigos se miraron unos a otros, un poco asustados, pero con la adrenalina a flor de piel. Nadie quería rendirse.

- Estamos seguros aquí, solo un poco de lluvia - dijo Valentina, con una chispa de valentía en sus ojos.

Sin embargo, poco después, todo se oscureció. La luz en el parque se apagó de golpe.

- ¿Qué pasó? - preguntó Martín, sintiendo que un escalofrío lo recorría.

- ¡No se preocupen! Es solo un corte de luz - respondió Lucas, tratando de sonar decidido. Pero por dentro, él también sentía un pequeño nudo de preocupación.

Los chicos decidieron agruparse para no sentirse solos y se pusieron a conversar en medio de la tormenta. La lluvia seguía cayendo, pero su imaginación empezó a florecer.

- ¿Y si el cielo, al encenderse con los relámpagos, es en realidad una gran fiesta de estrellas? - se le ocurrió a Mariana, sus ojos brillando con la idea.

- Claro, las estrellas son nuestros amigos y nos están invitando a bailar - dijo Valentina, riendo.

Entonces, poco a poco, empezaron a inventar una historia. En su mente, la lluvia se convertía en música que los animaba a bailar, los relámpagos eran luces de una disco cósmica, y a cada trueno, ellos respondían saltando y riendo.

- ¡Voy a ser una estrella de rock! - gritó Tomás, moviéndose al ritmo de su propia música imaginaria.

- ¡Y yo seré la mejor bailarina del universo! - respondió Valentina, girando con gracia.

Así, olvidaron el miedo y la tormenta se transformó en una gran fiesta de estrellas. Juntos, comenzaron a cantar, a reír y a disfrutar de esa experiencia única.

A medida que pasaban los minutos, se dio cuenta de que tal vez el corte de luz no era tan malo. Había un nuevo tipo de diversión, un juego diferente, uno que nunca hubieran pensado en hacer si la luz no se hubiera apagado.

Finalmente, la lluvia comenzó a amainar y los relámpagos se fueron alejando. Con una última risa, decidieron que era momento de volver a casa.

- ¿Vieron? ¡No necesitamos luz para divertirnos! - dijo Lucas, mientras caminaban bajo la lluvia que ya era más suave.

- ¡Siempre podemos encontrar la luz dentro de nosotros! - agregó Mariana, con una sonrisa.

Al llegar a casa, cada uno se sintió diferente. Habían aprendido que, a veces, las situaciones inesperadas pueden traernos una alegría nueva si solo estamos dispuestos a verlas de otra manera.

Esa noche, no solo jugaron en la lluvia, sino que también descubrieron que ser creativos y mirar el lado positivo de las cosas les puede traer momentos memorables.

Desde entonces, cada vez que llovía, los jóvenes recordaban su "fiesta de estrellas" y se reían, sabiendo que la diversión no siempre depende de la luz, sino de la conexión que tienen entre ellos y su capacidad para inventar sueños en medio de la tormenta.

FIN.

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