La torre de travesuras


Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas nevadas, una gatita llamada Peluza. Peluza era una gata muy traviesa y aventurera que vivía junto a su hijo Milo, un adorable gatito negro.

Juntos formaban el dúo más ingenioso del lugar. Peluza y Milo eran muy astutos cuando se trataba de conseguir comida.

Aunque en el pueblo siempre había suficiente para todos los animales, ellos disfrutaban de la emoción que les proporcionaba idear planes divertidos para obtener sus manjares favoritos. Una mañana de invierno, mientras caminaban por las calles cubiertas de nieve, escucharon el sonido irresistible del pescadero anunciando su llegada al mercado.

Los olores marinos llenaron el aire y despertaron el apetito insaciable de Peluza y Milo. - ¡Milo! ¿Qué te parece si nos adelantamos al pescadero? - susurró Peluza con picardía. - ¡Sí, mamá! Seremos los primeros en probar su delicioso pescado - respondió emocionado Milo.

Sin perder tiempo, comenzaron a correr hacia el mercado. Mientras tanto, en la plaza principal del pueblo, se estaba llevando a cabo un concurso de tartas caseras.

Peluza tuvo una idea brillante al ver tantos pasteles expuestos frente a ella: "Si logramos hacer algo especial con esas tartas, seguro conseguiremos también algo dulce para nuestro paladar". Se acercaron sigilosamente a la mesa donde estaban las tartas y comenzaron a planificar su hazaña culinaria.

Peluza saltó sobre la mesa y Milo se escondió detrás de un jarrón. - Peluza, ¿qué haremos ahora? - preguntó Milo con entusiasmo. - Presta atención, Milo. Vamos a construir una torre de tartas para llamar la atención de todos.

Mientras ellos están distraídos, nos llevaremos algo delicioso para comer - explicó Peluza con voz susurrante. Milo asintió emocionado y comenzaron su misión. Con mucho cuidado, Peluza colocaba las tartas una encima de otra formando una torre alta e impresionante.

En poco tiempo, lograron construir una estructura que parecía desafiar la gravedad. Cuando terminaron su creación, Peluza dio un paso atrás y admiró su obra maestra. Estaba tan orgullosa que no pudo evitar soltar un —"miau"  triunfal.

El sonido llamativo atrajo a todos los habitantes del pueblo hacia la plaza principal. Las personas se maravillaban ante aquella torre de tartas que desafiaba todas las leyes de equilibrio conocidas. - ¡Increíble! ¿Quién habrá hecho esto? - decían los vecinos sorprendidos mientras aplaudían.

Peluza y Milo aprovecharon el alboroto para escabullirse entre las piernas de las personas y llegar hasta el puesto del pescadero sin ser vistos. Allí encontraron lo que tanto anhelaban: un montón de pescados frescos esperándolos en el mostrador.

Con sigilo, tomaron uno cada uno y regresaron a casa satisfechos por su astucia y su deliciosa recompensa. Desde ese día, Peluza y Milo aprendieron que la creatividad y la astucia pueden ayudarles a conseguir lo que desean.

Aunque no necesitaban hacer travesuras para comer, entendieron que trabajar en equipo y pensar de manera ingeniosa les permitía enfrentar cualquier situación con éxito.

Y así, Peluza y Milo continuaron viviendo sus aventuras en el pueblo nevado, siempre recordando la lección aprendida: las travesuras pueden ser divertidas, pero es importante usarlas para aprender y crecer juntos.

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