La Tortuga Bailarina



En las aguas cristalinas del océano Atlántico, cerca de las costas de Estados Unidos, vivía una tortuga marina llamada Tula. Tula no era una tortuga cualquiera; tenía un espíritu alegre y una pasión desbordante por la música y la danza. Todos los días, cuando el sol comenzaba a asomarse por el horizonte, Tula se zambullía en el agua y comenzaba a bailar.

"¿Vieron eso?" - exclamó un pez payaso llamado Pablo, mientras observaba a Tula girar y saltar al ritmo de las olas.

"¡Es increíble! Nunca había visto a una tortuga moverse así" - dijo su amiga la langosta Lila, con sus pequeñas pinzas aplaudiendo.

A pesar de que a los demás animales marinos les encantaba el espectáculo de Tula, había un pez globo llamado Gregorio que no se sentía tan emocionado.

"No deberías bailar tanto, Tula. Eres una tortuga, no un pez de colores. Es raro, y nadie te lo dice solo para no lastimarte" - dijo Gregorio con un tono burlón.

Tula, en lugar de sentirse mal, sonrió y decidió seguir disfrutando de sus danzas. Pero el día que decidió organizar el primer "Festival del Baile Marítimo", las cosas tomaron un giro sorprendente.

"¡Va a ser el mejor espectáculo del océano!" - anunció Tula emocionada a sus amigos.

"¿Bailes así? No sé si muchos vendrán…" - dudó Lila.

Pese a la incertidumbre, Tula no se desanimó. Junto a sus amigos, comenzó a preparar todo: hicieron decoraciones con algas, recogieron conchitas brillantes y envolvieron la zona en luces de colores que reflejaban el sol. El gran día llegó, y el hermoso espacio estaba listo.

A medida que se acercaba la hora del festival, Tula estaba nerviosa.

"¿Y si nadie se presenta?" - le susurró Lila.

"Pero, ¿qué importa siempre y cuando disfrutemos?" - respondió Tula con una gran sonrisa.

Finalmente, los habitantes del océano comenzaron a llegar: delfines, sardinas, tortugas y hasta un tiburón curioso que escuchó los rumores del evento.

"¡Miren a Tula!" - exclamó Pablo.

"¡Sí! ¡Es la tortuga que baila!" - gritó un grupo de peces globo.

Tula tomó una profunda respiración y comenzó a bailar. El sol reflejaba sus escamas, y, mientras giraba y saltaba, los demás animales no podían opinar menos.

"¡Es una locura hermosa!" - gritó Lila, mientras se unía a ella en el baile. Pronto, otros animales la imitaron.

El tiburón, que al principio parecía temeroso, decidió unirse también.

"¡Nunca pensé que esto sería tan divertido!" - dijo mientras daba saltos.

"Todos podemos bailar, ¡solo hay que dejar que la música te envuelva!" - dijo Tula, feliz de ver a todos disfrutar.

El festival resultó ser un éxito rotundo. Desde ese día en adelante, Tula organizaba danzas marinas cada mes, y Gregorio, al ver cuánto se divertían todos, se unió a las fiestas.

"Perdón, Tula. Tal vez estaba equivocado. Soy un pez, pero eso no significa que no pueda bailar también" - dijo con sinceridad.

"¡Siempre hay un lugar para ti en la pista de baile!" - respondió Tula con alegría.

Ahora, el océano no solo era su hogar, sino también un gran escenario donde cada criatura podía celebrar la diversidad, la unión y, por supuesto, el baile. La moraleja de la historia es que, sin importar nuestras diferencias, siempre podemos encontrar un terreno común donde expresarnos y ser libres.

Cada vez que los habitantes se reunían, recordaban la valentía de Tula por ser auténtica y seguir su pasión, enseñando a todos que el amor por lo que uno hace puede unir corazones en la diversidad.

FIN.

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