La tortuga sin dientitos



Era un caluroso día de verano cuando una tortuga llamada Clara decidió aventurarse fuera de su casa. Clara no era una tortuga cualquiera; a pesar de su avanzada edad, siempre tenía una sonrisa en su cara, aunque ya no tenía dientitos para morder. Clara había escuchado rumores de un lugar mágico donde vivían muchos abuelitos y abuelitas, y se decía que la alegría siempre estaba presente. Era un geriátrico lleno de amor y risas, donde todos se cuidaban mutuamente. Así que, Clara decidió ir a visitar ese lugar.

Al llegar al geriátrico, Clara se sintió un poco nerviosa. "¿Cómo me recibirán?", pensó. Pero justo cuando pensaba en marcharse, un grupo de animales que vivía allí salió a su encuentro. Había un perro llamado Toby, una gato llamada Lila y un conejito llamado Pancho.

"¡Hola, tortuga! ¿Cómo te llamás?" - preguntó Toby, moviendo la cola emocionado.

"Soy Clara, y he venido a conocerlos a ustedes y a los abuelitos" - respondió tímidamente Clara.

"¡Genial! ¡Aquí todos son re amigables!" - dijo Lila, mientras se estiraba y poco a poco se acercaba a Clara. "Vení, te vamos a presentar a los abuelos. ¡Tienen muchas historias para contar!"

Clara sintió que su corazón se llenaba de alegría. Entonces, el grupo se dirigió hacia el jardín del geriátrico, donde un grupo de abuelitos estaba disfrutando de un rico helado.

"¡Hola, chicos! ¿Tienen alguno para mí?" - grito Pancho, saltando.

Los abuelos, al ver a Clara, le sonrieron y uno de ellos, don Carlos, le ofreció un cuenco lleno de helado.

"¡Aquí tenés, querida! Aunque no tengas dientitos, ¡no hay razón para no disfrutar del helado!" - dijo don Carlos con una voz amable.

"Gracias, don Carlos. Estoy tan feliz de estar aquí" - respondió Clara, saboreando el helado frío que la hizo sentir alegre.

Con cada cucharada, Clara podía escuchar las historias que los abuelos compartían. Había relatos de sus vidas, de aventuras y de cosas que habían aprendido a lo largo de los años. Clara se sorprendió al escuchar sobre aros de fuego y carreras en la playa.

Pero la tarde no terminó ahí. Mientras disfrutaban del helado, un viento fuerte empezó a soplar, trayendo consigo una tormenta inesperada. Las nubes comenzaron a oscurecer el cielo, y algunos abuelitos comenzaron a preocuparse.

"¿Qué hacemos, Clara?" - preguntó Toby, mientras miraba hacia la nube oscura.

"No se preocupen, amigos, podemos buscar refugio juntos. ¡Los ayudo!" - contestó Clara con determinación, aunque su lentitud era evidente.

Los animales y los abuelos formaron un círculo y comenzaron a moverse hacia el interior del geriátrico. Clara, liderando el camino, les hacía sentir que todo iba a estar bien. Entraron en el salón de actividades, donde se podían ver fotos y dibujos llenos de momentos felices.

Ya dentro, la tormenta comenzó a arremeter contra las ventanas, pero Clara decidió hacer algo especial para aligerar el ambiente.

"¿Quieren que les cuente un cuento de tortugas?" - sugirió emocionada.

"¡Sí, sí!" - gritaron todos al unísono.

Y así, con voz suave y melodiosa, Clara comenzó a contar un cuento sobre una tortuga valiente que se fue en busca de un arcoíris. Mientras narraba, todos escuchaban atentamente, olvidándose de la tormenta afuera.

Con su historia, Clara no solo mantuvo la calma entre los presentes, sino que también les mostró a todos que las situaciones difíciles pueden ser enfrentadas con valor y unidad. El tiempo pasó volando, y al final del cuento, la tormenta se disipó, dejando el sol brillar nuevamente en el cielo.

"Fuiste increíble, Clara. Sin tus historias, no sé qué habríamos hecho" - dijo Pancho, mientras saltaba de alegría.

"Sí, gracias por traernos tanto amor y felicidad" - agregó Lila, acariciando suavemente la cabeza de Clara.

Clara sonrió, sintiéndose más feliz que nunca. Descubrió en aquel geriátrico que, a pesar de no tener dientitos, siempre había un lugar para compartir amor y felicidad con los demás. Así fue como, cada semana, Clara volvió al geriátrico, trayendo historias, juegos y, por supuesto, mucho helado.

Desde entonces, Clara se convirtió en la tortuga más querida del geriátrico, y nunca volvió a sentirse sola.

Y así, el sueño de un encuentro especial se transformó en una hermosa amistad que se llenó de risas, helado y muchas historias para recordar.

FIN.

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