La tortuga veloz y las Olimpiadas de la Selva



En una selva llena de árboles frondosos y ríos cantores, vivía una tortuga llamada Tula. A diferencia de las demás tortugas de su comunidad, Tula tenía un talento especial: era extremadamente veloz. Desde pequeña, siempre había corrido más rápido que sus amigos y familiares. Pero en lugar de competir con ellos, Tula prefería disfrutar la compañía y compartir risas. Sin embargo, a medida que crecía, Tula se dio cuenta de que su velocidad era algo extraordinario y podía ser utilizado para hacer algo grande.

Un día, la selva anunció las Olimpiadas de la Selva, un evento donde todos los animales competían en diversas disciplinas. Los lémures corrían en las pistas, los sapos saltaban a grandes distancias, y los búhos mostraban su agilidad en el vuelo. Tula se sintió emocionada y llegó a la conclusión de que debía participar.

- “Voy a inscribirme en las carreras, ¡será divertido! ”, dijo Tula con entusiasmo.

El resto de las tortugas, al escuchar su decisión, empezaron a murmurar entre ellas.

- “¿Pero cómo va a competir Tula? Ella es una tortuga, ¡no debería estar en las carreras! ”, comentó una de las tortugas mayores.

A pesar de las dudas de su comunidad, Tula se inscribió en la competencia. La semana de las Olimpiadas llegó y la selva vibraba con energía. Tula se preparó, pero sintió un nudo en el estómago.

- “Si no lo intento, nunca lo sabré. ¡Debo dar lo mejor de mí! ”, se dijo a sí misma.

El día de la carrera comenzó. Los animales estaban ansiosos por ver a Tula en acción. Al sonar el silbato, todos salieron disparados. Las gacelas, rápidas como el viento, lideraban la carrera mientras los demás animales intentaban seguirles el ritmo.

Tula se quedó atrás al principio, pero de inmediato comenzó a correr con todas sus fuerzas.

- “¡Vamos, Tula! ¡Podés hacerlo! ”, le gritó una ardilla emocionada desde la tribuna.

Mientras Tula avanzaba, empezó a sentir que podía alcanzar a las otras criaturas. Una vez superó a los lémures y sapos, un mar de emoción la invadió. Sin embargo, al llegar a la mitad de la carrera, un fuerte grito llamó su atención.

- “¡Ayuda! ¡Me caí y me duele el ala! ”, chilló Beto, el búho, que había tenido un accidente. Tula no lo dudó un segundo.

- “Voy a ayudarlo, no puedo dejarlo así”, decidió, y corrió hacia Beto. Con su rapidez, lo llevó a un lugar seguro para que lo atendieran.

- “Gracias, Tula”, dijo Beto, sorprendido. “Creí que solo corrías, pero también sos valiente.”

Tula, sintiéndose feliz de haber ayudado a su amigo, volvió a la carrera. Sin embargo, ya quedaba muy poco tiempo y observó que todos la estaban superando. A pesar de eso, Tula no se dio por vencida. Invirtió su energía en alcanzar a los líderes.

- “¡Nunca te rindas, Tula! ”, gritó su madre desde la multitud.

Con un último empujón, Tula vio que la meta estaba cerca y pudo superar a un par de corredores más. Finalmente, cruzó la línea de meta, aunque no en primer lugar. Pero eso no importaba.

- “¡Lo lograste! ¡Estuviste increíble! ”, la aplaudieron sus amigos tortugas, que habían venido a apoyarla.

Aunque Tula no ganó una medalla, había ganado algo mucho más valioso: el respeto de los otros animales. Muchos se acercaron a felicitarla y alabarla por su valentía y corazón.

- “Gracias por ayudar a Beto y ser un ejemplo de lo que significa ser un buen amigo”, le dijo un joven venado.

Tula aprendió que, aunque ser veloz era asombroso, ser generosa y solidaria con los demás era aún más importante. Desde entonces, la comunidad de tortugas cambió su perspectiva. Ya no sólo miraban la velocidad, sino que empezaron a valorar el esfuerzo y la bondad en todos los aspectos de la vida.

Así, Tula siguió corriendo, no solo en la pista, sino también en su día a día, llevando siempre en su corazón la lección más importante: ser veloz está bien, pero no hay nada más valioso que ayudar a los demás y compartir la felicidad.

FIN.

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