La Tortuga y el Conejo



Había una vez en un bosque lleno de coloridos arbolitos y cantarinas aves, una tortuga llamada Tula y un conejo llamado Raúl. Tula era conocida por ser muy lenta, pero tenía un corazón enorme y siempre ayudaba a sus amigos. Raúl, en cambio, era veloz y presumido, lo que a veces lo llevaba a subestimar a los demás.

Un día, mientras Tula paseaba cerca del río, Raúl la vio y se rió a carcajadas.

"¡Mirá cómo te movés, tortuguita! Si alguien tuviera que correr, te ganarían hasta los caracoles."

"No importa si soy lenta, Raúl. Lo importante es que siempre trato de hacer lo mejor posible."

"¿Hacer lo mejor? ¡Ja! Lo mejor es ser rápido. ¿Te animás a hacer una carrera? Te apuesto que te gano sin esfuerzo."

Tula, sin pensarlo dos veces, aceptó la propuesta del conejo.

"Está bien, Raúl. Pero hagamos algo diferente: la carrera será hasta el gran roble en el centro del bosque."

"Trato hecho. Te garantizo que llegaré primero y te dejaré muy atrás."

El día de la carrera, todos los animales del bosque se congregaron. Había ardillas, pájaros y hasta un viejo búho que se acomodó en una rama para observar. Al sonar la señal, Raúl salió disparado, dejando a Tula lejos atrás.

"¡Adiós, tortuguita! No me verás hasta la meta."

Raúl, confiado de su velocidad, decidió hacer una pausa y descansar un rato al lado de un arbusto lleno de flores.

"No hay modo de que Tula me alcance. Puedo tomarme un pequeño descanso."

Mientras se acomodaba, la tortuga avanzaba a su propio ritmo. Sin detenerse, continuó avanzando paso a paso. El viejo búho, al ver que Raúl dormía, comentó:

"¡Miren al conejo! Creyó que iba a ganar solo por ser veloz."

Así pasaron los minutos, y Tula seguía avanzando. Aunque era lenta, su determinación la llevó a acercarse al gran roble. Finalmente, después de un rato, Raúl despertó de su siesta y se dio cuenta de que no veía a Tula.

"¿Dónde estará? Quizás me quede un ratito más."

Pero, al asomarse, vio a Tula a punto de llegar a la meta.

"¡Oh no!"

"¡Voy a perder!"

Raúl salió disparado, pero ya era demasiado tarde. Tula cruzó la meta antes que él. Todos los animales aplaudieron con alegría.

"¡Lo hiciste, Tula! ¡Sos la campeona!"

Raúl, con la cabeza baja, se acercó a Tula y la felicitó.

"Lo siento, Tula. Me dejé llevar por mi velocidad y no te tomé en serio. Eres una gran competidora."

"Gracias, Raúl. La perseverancia y no darse por vencido son la clave del éxito. Siempre hay que esforzarse."

Desde ese día, Raúl aprendió que no siempre la velocidad es lo más importante, y Tula demostró que con esfuerzo y perseverancia se pueden lograr grandes cosas.

Moraleja: No subestimes a los que son diferentes; a veces, el esfuerzo y la constancia superan a la rapidez.

FIN.

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