La Tortuga y el Pajarito



En un parque genial, lleno de flores y árboles frondosos, vivía una tortuga llamada María. Ella era una tortuga muy bella, con un caparazón verde brillante y ojos que destilaban dulzura. María pasaba sus días disfrutando del sol y escuchando cómo el viento susurraba entre las hojas.

Un día, mientras se encontraba junto a la laguna, escuchó un canto melodioso. Curiosa, levantó la cabeza y vio a un pajarito, pequeño y azul, que estaba posado en una rama cerca de ella.

"¡Hola! Soy Juan, el pajarito más dulce de este parque. ¿Cómo te llamás?" dijo Juan, haciendo una pirueta en el aire.

"¡Hola, Juan! Soy María, la tortuga más bella de este lugar," respondió con una sonrisa tranquila.

Y así comenzó una gran amistad. Juan siempre se posaba sobre el caparazón de María, contándole historias sobre sus vuelos y los secretos del parque.

"María, el mundo es tan grande y hermoso desde el aire. ¡Deberías volar alguna vez!" exclamó Juan, emocionado.

"No puedo volar, querido amigo. Soy una tortuga y mis patas son solo para caminar," respondió María, pensativa.

Sin embargo, la idea de volar quedó grabada en su corazón. Repetidas veces, Juan la animaba a soñar en grande y a no subestimar sus capacidades.

Un día, mientras caminaban, se encontraron con un grupo de animales, incluyendo una ardilla y un conejo.

"¡Miren a María! No sabe volar, pero tiene un caparazón tan hermoso. ¿Te gustaría cambiarlo por unas alas, María?" rió la ardilla, burlándose.

María sintió un nudo en el estómago, pero Juan, al escuchar esto, dijo valientemente:

"María, tu belleza no está solo en tu caparazón, sino en tu corazón y en tu carácter. ¡No necesitas alas para ser especial!"

María sonrió, reconociendo que tenía razón. Aceptó las palabras de su amigo y decidió que no dejaría que la burla de la ardilla la afectara. En vez de eso, se puso a pensar en sus propios talentos.

¿Y si no necesitaba volar? ¿Qué más podía hacer? Decidió que podría ayudar a otros animales en el parque. Un día, mientras caminaba hacia la laguna, vio a una tortuguita pequeña que estaba atrapada en un arbusto.

"¡Ayuda! No puedo salir de aquí!" gritaba la tortuguita.

María, sin dudarlo, se acercó y, con mucho cuidado, usó su caparazón fuerte para empujar las ramas.

"¡Listo! Estás libre ahora!" exclamó contenta.

"¡Gracias, María! Eres la tortuga más fuerte del parque," dijo la tortuguita, feliz.

A partir de ese día, María comenzó a ayudar a otros animales: desde llevar semillas a las ardillas hasta ayudar a los sapos a cruzar el camino. Sus días se convirtieron en una mezcla de alegría y amistad, y su personalidad brillaba aún más que su caparazón.

Poco a poco, los animales del parque comenzaron a notar lo que realmente hacía a María especial.

Durante una reunión, donde se celebraba la amistad, Juan se subió a su caparazón y anunció:

"María, aunque no puedas volar, has elevado a todos nosotros con tu grandeza. Has volado en nuestros corazones!"

Todos aplaudieron y vitorearon a María, quien se sintió muy orgullosa.

Así entendió que cada uno tiene su belleza y forma de brillar. Su amistad con Juan la había inspirado a descubrir su propio valor. Desde ese día, María se sintió libre, no porque volara, sino porque supo que su amor y bondad la hacían verdaderamente especial.

Y así, María y Juan continuaron siendo grandes amigos, disfrutando del parque y compartiendo historias, siempre sabiendo que no es lo que podemos hacer, sino cómo somos lo que realmente cuenta.

FIN.

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