La travesía de la Virgen de Copacabana


Había una vez en los hermosos paisajes de la Quebrada de Humahuaca, en Argentina, la pequeña Virgen de Copacabana, una estatuilla de madera tallada con gran detalle.

Cada año, en el mes de agosto, la virgencita era llevada en peregrinación por un grupo de fieles hasta el santuario de Tilcara. Los peregrinos, entre los que se encontraban Isidro, un anciano con bastón, y su nieta Rosita, se prepararon emocionados para emprender la travesía.

-¡Vamos, abuelo Isidro, la Virgen nos espera! -exclamó Rosita. Los peregrinos emprendieron el camino con entusiasmo, pero pronto se encontraron con un gran desafío: la Quebrada de Humahuaca estaba inundada, y el puente que debían cruzar había sido destruido por la crecida del río.

-¡Qué haremos ahora, abuelo! -se preocupó Rosita. Pero Isidro, con su sabiduría, propuso: -No debemos rendirnos. En lugar de cruzar el puente, buscaremos una nueva ruta.

Con valentía y determinación, los peregrinos se adentraron en el hermoso paisaje, superando obstáculos como montañas escarpadas, ríos y bosques tupidos. En el camino, encontraron a un zorro herido, al que cuidaron amorosamente. Luego, ayudaron a una familia de pajaritos a construir su nido. Cada desafío les enseñaba lecciones de solidaridad, compasión y cooperación.

Finalmente, después de días de travesía, divisaron el santuario de Tilcara a lo lejos. La emoción invadió sus corazones al llegar al santuario, donde la Virgen de Copacabana fue venerada con gran devoción.

Allí, Isidro y Rosita comprendieron que, más allá del destino, lo importante es el camino y las lecciones que aprendemos. La Virgen de Copacabana les había mostrado el valor de la esperanza, la solidaridad y la fe en sí mismos.

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