La Última Clase de Cristian
Era un hermoso miércoles en la escuela N°2 de Cerro Largo. Cristian y sus compañeros estaban a mil por hora, preparando todo para el último día de prácticas. Habían pasado semanas aprendiendo, jugando y enseñando a los más chiquitos.
"No puedo creer que ya se acaben las prácticas", dijo Valentina, mirando por la ventana mientras el sol iluminaba el patio.
"Sí, se pasó volando", respondió Cristian, jugueteando con un lápiz. "Pero tengo una idea para despedirnos de los chicos."
"¿Qué, qué? Contanos ya!" animó Mateo, rebosante de curiosidad.
"Quiero hacer una gran actividad con todos. Una especie de fiesta. Así podemos recordar nuestros días aquí juntos."
Los ojos de todos brillaron. ¡Era una idea genial! Así que se pusieron a trabajar. Cada uno traería algo especial: juegos, historias, canciones. El entusiasmo creció a medida que elaboraban un plan. Sin embargo, Cristian se dio cuenta de que aún no habían pensado en algo muy importante.
Esa noche, no podía dormir. Se desveló imaginando cómo podría ser la fiesta, pero había un detalle que lo preocupaba:
"¿Y si los más chiquitos no se divierten?" pensó para sí.
Al día siguiente, Cristian llegó a la escuela lleno de energía, pero con un pequeño nudo en la panza.
"Y si no les gusta lo que preparamos..." se decían en silencio. Los compañeros estaban ansiosos, pero también preocupados.
"Chicos, hagamos un círculo. Necesitamos hablar de nuestras ganas de hacer una gran despedida", propuso Lupe, siempre con su voz firme.
"Buena idea. Pero, ¿cómo nos aseguramos que todos se diviertan?" preguntó Mateo.
"Podemos preguntarles qué juegos les gustaría hacer. Así ellos eligen", sugirió Valentina.
Con ese nuevo plan, se acercaron a los más chiquitos durante el recreo. Cristian sintió que sus miedos se desvanecían con cada sonrisa.
"¿Qué les gustaría hacer en la despedida?" preguntaron.
"Queremos pintar!" gritaron un grupo pequeño de niños.
"Y jugar con globos!" añadió una niña más tímida.
"Está perfecto, lo haremos!" exclamó Cristian, sintiendo cómo la emoción lo invadía.
Al llegar la tarde del jueves, la escuela se transformó en un lugar lleno de colores, sonrisas, globos y mucha música. Todos, desde los más chiquitos hasta los más grandes, estaban disfrutando cada actividad. Cristian observaba todo con asombro.
"¿Ves? Ellos son los más importantes en este momento", dijo Valentina mientras compartían un bocadillo.
"Es cierto, lo importante es lo que ellos disfruten", reflexionó Cristian. Y así siguieron eligiendo actividades basadas en lo que los niños querían.
"¡Voy a organizar una competencia de pintado de caras!" exclamó Mateo emocionado.
"¡Y yo un juego de búsqueda del tesoro!" agregó Lupe.
La fiesta avanzaba y los pequeños se sumergían en cada dinámica. Cristian sonreía al ver cómo todos se reían y jugaban juntos. En ese momento, entendió que lo más valioso de su práctica no era solo enseñar, sino también aprender de esos niños.
Al finalizar el día, los chicos le entregaron a Cristian una tarjeta que decía: "Gracias por hacernos reír y jugar. Volvé pronto!"
Cristian sintió una ola de felicidad.
"Chicos, muchas gracias. Este día no lo olvidaré jamás. Ustedes han sido los mejores maestros para mí!"
Y así, aquel último día de prácticas se convirtió en una celebración de amistad, aprendizaje y recuerdos imborrables. Cristian y sus compañeros comprendieron que aunque sus tiempos en la escuela se terminaban, en sus corazones llevaban siempre a esos pequeños y todas las enseñanzas que habían compartido.
FIN.