La Última Niña del Mundo
Había una vez, en un mundo donde la gente había olvidado la alegría, una niña llamada Selva. Selva era la última niña en el mundo. Vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas azules y árboles verdes, pero pocas personas la visitaban. La mayoría de los adultos estaban demasiado ocupados con sus problemas y olvidaban cómo jugar y reír.
Un día, mientras Selva exploraba un misterioso bosque, encontró una caja polvorienta escondida entre las raíces de un viejo árbol. Cuando la abrió, ¡sorpresa! Dentro había un par de zapatillas de baile, un sombrero colorido y un libro titulado "Las aventuras del risueño viajero".
"¿Qué es esto?" - se preguntó Selva, mientras sacaba las zapatillas y se las ponía. De inmediato, comenzó a saltar y dar vueltas con la música que parecía sonar en su corazón.
Mientras danzaba, Selva se dio cuenta de algo asombroso: los colores del bosque comenzaban a brillar más intensamente. Las hojas susurraban, y los animales se acercaban curiosos, incluso los pájaros se unieron a su baile.
"¡Hola, señora ardilla! ¡Vengan a bailar!" - exclamó Selva, invitando a los animales al festín de alegría.
La ardilla la miró curiosa y le respondió:
"¿Bailar? ¿Qué es eso? La gente ya no baila. Dicen que han olvidado cómo divertirse."
Selva sonrió y le dijo:
"Pero yo quiero recordar, quiero que todos aprendan a jugar y a ser felices otra vez. ¡Vamos! ¡Bailen conmigo!"
La ardilla dudó, pero algo en la voz de Selva la animó. Entonces, un grupo de animales se unió al baile: un conejo, un zorro, e incluso un viejo oso que solía ser muy serio. Juntos comenzaron a saltar, bailar y girar por el bosque. Algo mágico ocurrió: las flores comenzaron a florecer, los árboles se movieron al compás de la música, y el sol brilló con más fuerza que nunca.
De repente, el zorro gritó:
"¿Qué haremos si un adulto viene y ve esto?"
Selva, sin pensarlo, respondió:
"¡Les mostraremos que divertirse es importante!"
Así que decidieron invitar a los adultos del pueblo. Todos estaban muy ocupados, pero cuando los animales y Selva comenzaron a hacer ruido con el baile, algunos curiosos se acercaron. Observaron cómo la niña y los animales se divertían.
"¡Mirad!" - gritó Selva entusiasmada "¿Por qué no nos unimos? La diversión puede volver al pueblo. ¡Juntos podemos recordar el juego!"
Los adultos se miraron entre sí, un poco escépticos, pero al ver la felicidad en los rostros de los animales y de Selva, comenzaron a acercarse y a reírse. Uno de ellos, un hombre mayor llamado Don Fermín, soltó un pequeño gesto tímido y se unió al ritmo.
"¿Qué tal si probamos?" - dijo, tratando de seguir el paso de la ardilla.
Pronto, más y más adultos comenzaron a olvidar sus preocupaciones y a unirse al baile. Selva los observaba con satisfacción y alegría.
"¡Eso es! ¡Vamos, todos a bailar!" - les animó.
De repente, una nube oscura apareció en el cielo, y todos se detuvieron por un momento.
"¿Qué pasa?" - preguntó Selva preocupada.
"Es la sombra de la tristeza. Viene a por nosotros cuando nos olvidamos de la alegría" - contestó el viejo oso.
Selva decidió actuar:
"¡No vamos a dejar que la nube nos gane! ¡Bailen! Aunque la tristeza nos quiera alcanzar, nosotros seguiremos moviéndonos!"
Así fue. Selva lideró al pueblo en una gran danza. Con cada salto, la nube se hacía más pequeña. La música de sus risas y pasos resonaba en el aire, y pronto, la nube de tristeza comenzó a desvanecerse. La alegría volvió al pueblo y ganó terreno sobre la tristeza.
Al final del día, Selva miró a su alrededor y vio a todos bailando y riendo. Se dio cuenta de que ella no era la última niña del mundo, porque había logrado que todos, incluso los adultos, recordaran la magia del juego y la alegría.
-Por eso -les dijo con una sonrisa- un solo corazón lleno de alegría puede encender la chispa en muchos. ¡Nunca olviden lo importante que es divertirse y ser felices juntos!
Desde entonces, el pueblo floreció con juegos, bailes y risas. Y Selva comprendió que la alegría puede enfrentarse a la tristeza, siempre y cuando haya alguien dispuesto a compartirla.
Y así, el mundo no necesitaba más niñas o niños para alegrarse; a veces, solo hace falta un corazón dispuesto a hacer la diferencia.
FIN.