La última noche de navideño
Era una tranquila noche de diciembre en el pequeño pueblo de Villanieve. Las luces brillaban en cada ventana y un suave aroma a galletitas de jengibre llenaba el aire. Todos los habitantes del lugar se preparaban para la gran fiesta de Navidad, que se celebraría al día siguiente. Pero entre risas y villancicos, había un pequeño problema que pocos conocían.
En el centro del pueblo, vivía un anciano llamado Don Tino. Era el encargado de decorar el enorme árbol de Navidad de la plaza. Cada año, Don Tino colgaba esferas coloridas y cintas brillantes, pero este año, por primera vez en muchos años, no tenía ganas de hacerlo.
Una tarde, mientras el invierno se hacía más frío, se escuchó un toque suave en la puerta de Don Tino. Era Clara, una niña pequeña de cabello rizado y ojos brillantes.
"Hola, Don Tino, ¿por qué no estás decorando el árbol? Todos te están esperando" - le preguntó Clara con un tonito curioso.
Don Tino suspiró y respondió: "Oh, querida Clara, ya no tengo la energía para hacerlo. El tiempo pasó volando y ya no encuentro la alegría en estas cosas".
Clara, decidida a ayudar, le dijo: "¡Pero eso no puede ser! La Navidad es mágica, y el árbol necesita tu magia. ¿Qué tal si te ayudo?".
Don Tino sonrió, sintiendo un poco de calidez en su corazón, y aceptó la ayuda de la pequeña. Juntos, comenzaron a sacar las decoraciones del desván. Pero, mientras trabajaban, se dieron cuenta de que algunas esferas estaban rotas y otras estaban cubiertas de polvo.
"¿Qué haremos con esto?" - preguntó Clara, poniendo una esfera rota entre sus manos.
"No te preocupes, simplemente podemos tirarlas" - respondió Don Tino.
Pero Clara tuvo una idea brillante. "¿Y si las restauramos? Podemos pintarlas y hacer que brillen aún más que antes". Don Tino se quedó pensando, al principio dudoso, pero luego decidió seguir el consejo de Clara.
Pasaron toda la tarde pintando y decorando; la risa de Clara resonaba como una canción en el aire. El viejo árbol, que antes parecía triste y vacío, comenzó a brillar con colores vibrantes. Don Tino no sólo encontró energía, sino también alegría.
Esa noche, el pueblo estaba sorprendido al ver cómo Don Tino, junto con Clara, había transformado el árbol de Navidad. Todos estaban felices, pero al ver el asombroso trabajo de ambos, comenzaron a compartir sus propias historias.
"¡Yo tengo luces que no uso!" - dijo un vecino. "¡Y yo tengo adornos antiguos en mi casa!" - agregó otro.
Clara, inspirada, tuvo otra idea. "¡Podemos hacer una gran fiesta de decoración! Cada uno puede traer algo para el árbol".
Todos accedieron entusiasmados. En cuestión de horas, cada rincón de la plaza se llenó de risas y alegría, y el árbol cobró vida con nuevas decoraciones. Ahora, no sólo era un árbol restaurado, sino también el centro de unión de la comunidad.
Al final de la noche, mientras miraban el árbol iluminado, Don Tino se dio cuenta de que no sólo había ayudado a Clara, sino que también había recuperado su propia chispa de alegría. Sonriendo, dijo: "¡Qué lindo es compartir la magia de la Navidad!". Clara asintió y dijo: "La verdadera magia es cuando estamos juntos".
Todos, con el corazón contento, disfrutaron de una Navidad inolvidable, y Don Tino nunca olvidó que, a veces, la alegría puede ser renovada con la ayuda de un pequeño amigo y el calor de la comunidad.
FIN.