La última noche en el bosque susurrante
Había una vez un pequeño pueblo llamado Valle Escondido, rodeado de un espeso bosque conocido como el Bosque Susurrante. Los niños del pueblo siempre escuchaban historias sobre ese lugar: se decía que si uno se adentraba en él al caer la noche, los árboles comenzaban a susurrar secretos oscuros y misteriosos que atormentaban a quienes escuchaban.
Un día, un grupo de amigos formado por Ana, Tomás y Lucas, decidió que sería divertido explorar el Bosque Susurrante durante la tarde, justo antes del anochecer.
"Vamos, no hay nada de qué tener miedo" - dijo Ana con valentía.
"Sí, solo son cuentos para asustar a los chicos" - agregó Tomás, mientras se adentraban en el bosque.
"A mí me da un poco de miedo..." - confesó Lucas, pero no quería ser el único que se quedara fuera de la aventura.
Mientras caminaban, el ambiente se volvía cada vez más inquietante. Los árboles parecían moverse con la brisa, y en el aire se sentía una extraña vibración. Sin embargo, ellos continuaron, riendo y contando chistes.
De repente, el cielo se oscureció y una niebla espesa comenzó a rodearlos.
"¿Qué pasó con el sol?" - preguntó Lucas, mirando con angustia.
"No te preocupes, seguimos adelante" - dijo Ana, intentando disimular su propio nerviosismo.
Al poco tiempo, se encontraron con un pequeño claro, donde había un viejo árbol gigantesco que parecía tener vida propia.
"Mirá, este árbol tiene una cara tallada en su tronco" - exclamó Tomás.
"Es raro, parece que nos está mirando" - dijo Lucas, asustado.
"Es solo un árbol, no puede hacer nada" - respondió Ana, aunque su voz no sonaba tan segura.
Cuando intentaron volver, se dieron cuenta de que no podían encontrar el camino de regreso.
"¿Dónde estamos?" - preguntó Tomás, nervioso.
"Creo que nos hemos perdido" - dijo Ana, comenzando a entrar en pánico.
"No puede ser, solo hay que seguir el camino de los árboles" - sugirió Lucas, aunque se sentía muy inseguro.
A medida que avanzaban, empezaron a escuchar susurros, como si los árboles estuvieran hablando.
"¿Escuchan eso?" - preguntó Ana, con miedo.
"Son solo nuestras imaginasiones" - tratado de convencer a sus amigos, pero Lucas ya estaba muy asustado.
Finalmente, Tomás se adelantó y escuchó claramente una frase:
"Nunca deberían haber entrado aquí..."
"¡Ay no!" - gritó, mientras se volvía hacia los demás.
"¡Esto no es un juego!" - exclamó Lucas, y se echó a llorar.
"¡Silencio! ¡Escuchen!" - dijo Ana, tratando de calmar a sus amigos.
Entonces, los susurros se tornaron en gritos.
"¡Salgan antes de que sea demasiado tarde!"
Los tres amigos decidieron correr, pero el bosque parecía moverse, y cada vez que intentaban escapar, se encontraban en el mismo claro.
"¡Esto es una locura!" - gritó Tomás, mientras intentaban encontrar una salida.
Pero, en un giro inesperado, se dieron cuenta de que no estaban solos. Un anciano apareció de entre los árboles, con una mirada serena y cálida.
"Hola, jóvenes aventureros..." - dijo con voz profunda.
"¿Quién es usted?" - preguntó Ana, aún temerosa.
"Soy el guardián de este bosque. Lo que escuchan son los ecos de sus propios temores, pero no está todo perdido".
Los niños se miraron confundidos.
"¿Qué debemos hacer?" - preguntó Lucas, sintiéndose capaz de escuchar al anciano.
"Debéis aprender a enfrentar vuestros miedos. Solo así podrán encontrar la salida" - respondió el anciano, sonriendo.
Entonces, cada uno de los amigos se detuvo y cerró los ojos. Ana recordó cómo había superado sus miedos en el pasado, Tomás recordó lo valiente que podía ser y Lucas recordó a su familia que siempre lo apoyaba.
Cuando abrieron los ojos, los susurros se habían calmado, y los árboles parecían más amigables.
"¡Lo logramos!" - gritó Tomás con alegría.
"Sí, ¡enfrentamos nuestros miedos!" - agregó Lucas, sintiéndose aliviado.
"Gracias, anciano. Ahora podemos volver a casa" - dijo Ana, mientras el guardián sonreía.
"Siempre llevarán sus miedos con ustedes, pero ahora saben cómo enfrentarlos" - dijo el anciano mientras señalaba el camino de vuelta.
Y así, los tres amigos salieron del bosque, sintiéndose más fuertes y valientes que nunca. Desde aquel día, siempre recordaron la lección: los miedos pueden ser atemorizantes, pero enfrentarlos juntos hace que sean más pequeños y manejables.
Y cuentan que, cuando niños, al caer la noche, podían escuchar el susurro del bosque que les decía: "Sé valiente, nunca estás solo".
Y así, la historia de Ana, Tomás y Lucas se convirtió en una leyenda en Valle Escondido, inspirando a otros a enfrentar sus propios temores.
Fin.
FIN.