La última vez que volé un papalote
Era un día soleado en la ciudad de Buenos Aires, y los niños del barrio estaban ansiosos por salir a jugar. Entre ellos estaba Lauti, un niño curioso que siempre soñaba con volar un papalote.
Un día, mientras exploraba el desván de su abuela, Lauti encontró un viejo papalote de colores que había pertenecido a su padre.
-Lauti, ¿sabías que tu papá volaba papalotes cuando era chico? - le dijo su abuela, sonriendo.
- No, abuela, ¡no sabía! ¿Podemos volarlo hoy? - preguntó Lauti con ojos brillantes.
-Claro, pero primero necesitamos un día de viento. - respondió su abuela.
Lauti no podía esperar. Salió corriendo al patio y miró el cielo. Pero no había ni una brisa. Con un nudo en el estómago, se dio cuenta de que quizás nunca podría volar su papalote. Sin embargo, su abuelo, que estaba sentado en un banco, lo vio preocupado.
-Lauti, querido, a veces lo que más queremos necesita su tiempo. No te desanimes - le dijo su abuelo.
Lauti pensó un momento y luego sonriendo preguntó: - ¿Podemos hacer algo para que venga el viento? -
-Podemos ir al parque y hacer una carrera de improvisación. Cuanto más corran, más viento podemos generar. - respondió su abuelo, haciendo que Lauti saltara de alegría.
Así que Lauti, su abuelo y su abuela decidieron hacer una competencia de carreras. Cada vez que pasaban por el parque, los otros niños comenzaron a unirse a ellos. El aire se llenó de risas y gritos de emoción.
- ¡Vamos a crear viento con nuestras carreras! - gritó un amigo de Lauti, emocionado.
Después de un rato, Lauti se dio cuenta de que, aunque no había un viento natural, sí habían creado un hermoso ambiente lleno de alegría y entusiasmo. De repente, sintieron una suave brisa que comenzó a soplar.
- ¡Miren! ¡El viento está aquí! - exclamó Lauti.
La alegría de todos creció y juntos llevaron el papalote al parque.
- Ahora sí, ¡es hora de hacer volar este papalote! - dijo Lauti, mientras los otros niños lo ayudaban a desengañar la cuerda.
Con cada tirón, el papalote tomó vuelo, danzando entre las nubes.
- ¡Mirá, abuelo! ¡Está volando! - gritaba Lauti.
Y así, el papalote surcó el cielo, llevando con él todos los sueños de Lauti y de sus amigos. Pero en ese momento, el papalote comenzó a caer. Lauti, preocupado, observó cómo se alejaba. —
- ¡No! - gritó.
Sin embargo, su abuelo le puso una mano en el hombro y le dijo:
- A veces las cosas no salen como esperamos, pero eso no significa que no debamos intentarlo.
Animado por sus palabras, Lauti decidió volver a intentarlo. Se concentró en lo que había aprendido ese día: la importancia de ser valiente y perseverante. Juntó la cordel y se preparó nuevamente.
Esta vez, todos lo apoyaron, y juntos hicieron una cuenta regresiva:
- ¡Tres, dos, uno, ya! ¡A volar!
El viento sopló un poco más fuerte y el papalote finalmente se elevó, subiendo cada vez más alto.
- ¡Lo logramos! - exclamó Lauti, lleno de felicidad. Todos sus amigos aplaudieron y gritaron de alegría.
Esa tarde, Lauti aprendió que a veces el camino puede ser difícil, pero que juntos, con un poco de esfuerzo y mucha diversión, podían lograr lo que se proponían.
Cuando regresaron a casa, sus abuelos lo abrazaron, felices de compartir ese momento especial con él. Y desde ese día, cada vez que el viento soplaba, Lauti siempre recordaba que la última vez que había volado un papalote era solo el comienzo de muchas aventuras por venir.
FIN.