La unidad en la diversidad



Había una vez un pueblo gobernado por el rey Nimrod. Todos los hombres del pueblo hablaban la misma lengua y no tenían problemas de comunicación. Vivían felices y en armonía, trabajando juntos para construir un futuro próspero.

Un día, un grupo de hombres decidió emprender un proyecto ambicioso: construir la torre de babel, una enorme estructura que alcanzaría el cielo. Creían que al hacerlo, demostrarían su grandeza como civilización.

El rey Nimrod estaba emocionado con la idea y dio su aprobación a la construcción de la torre. Los hombres comenzaron a trabajar arduamente, poniendo todo su esfuerzo en cada ladrillo colocado. Sin embargo, mientras los hombres avanzaban en su proyecto, Dios observaba desde lo alto.

Al verlos tan orgullosos y vanidosos, consideró que estaban cometiendo un pecado al querer igualarse a Él. Entonces, Dios decidió tomar medidas drásticas para enseñarles una lección. En un instante, cambió el lenguaje de cada hombre del pueblo.

Ahora ya no podían entenderse entre sí. Los hombres se confundieron y se frustraron al darse cuenta de que ya no podían comunicarse para seguir construyendo la torre.

Los diferentes idiomas crearon barreras entre ellos y el proyecto se detuvo por completo. Entre tanto caos y desorden causado por las nuevas lenguas desconocidas unos para otros, surgió una niña llamada Lucía. Ella era curiosa e inteligente; siempre buscaba aprender cosas nuevas.

Lucía notó cómo todos estaban tristes porque ya no podían entenderse. Decidió que debía hacer algo para ayudar a su pueblo y devolverles la comunicación. Un día, Lucía encontró un viejo libro en el desván de su casa.

Era un libro de cuentos que había pertenecido a su abuela. Mientras lo hojeaba, una idea brillante cruzó por su mente.

Lucía se dio cuenta de que si podía enseñar a todos los hombres del pueblo las palabras más importantes en cada idioma, podrían volver a comunicarse aunque sea de manera básica. Entusiasmada con su plan, Lucía comenzó a buscar personas dispuestas a aprender y enseñar las palabras fundamentales de sus respectivos idiomas.

Aunque al principio fue difícil convencer a algunos hombres escépticos, poco a poco más personas se unieron al proyecto. Lucía organizó clases diarias donde compartían las palabras más importantes como —"hola" , "adiós", —"gracias"  y —"amor" . También les enseñó gestos y señas para ayudarlos a expresarse aún sin hablar el mismo idioma.

Con el tiempo, los hombres del pueblo empezaron a comprenderse nuevamente. Aunque todavía hablaban diferentes lenguajes, aprendieron a usar estas palabras clave para comunicarse entre sí.

La torre de babel quedó abandonada, pero no importaba porque ahora el pueblo había encontrado una forma nueva y especial de comunicarse. La lección que Dios les había enseñado sirvió como recordatorio de la importancia de la humildad y la cooperación entre los seres humanos.

Y así, gracias al ingenio y valentía de Lucía, el pueblo encontró una manera única e inspiradora para superar las barreras lingüísticas y seguir adelante juntos. Aprendieron que no importa qué idioma hablemos, siempre podemos encontrar una forma de entendernos y construir un mundo mejor.

FIN.

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