La unión de las ranas
Había una vez en un hermoso bosque, un ratón llamado Rodolfo que tenía un talento muy especial: ¡cantaba como los ángeles! Todas las noches, subía a una mesa en el claro del bosque y comenzaba a entonar melodías dulces y encantadoras.
Su voz resonaba entre los árboles y animales de todos los rincones se acercaban para escucharlo. Una de las audiencias más fieles de Rodolfo eran las ranas que vivían en el estanque cercano.
Cada noche, salían de sus escondites entre las hojas acuáticas y se reunían alrededor de la mesa para disfrutar del concierto nocturno. Aunque al principio les parecía extraño escuchar a un ratón cantando, pronto quedaron cautivadas por su voz melodiosa.
Una noche, mientras Rodolfo cantaba una canción sobre la amistad y la solidaridad, una tormenta repentina sorprendió al bosque. Los truenos retumbaban y los relámpagos iluminaban el cielo oscuro.
Las ranas comenzaron a sentir miedo y preocupación por la seguridad de su amigo ratón. "¡Rodolfo, debemos encontrar refugio antes de que la tormenta nos alcance!" -exclamó Ruperta, la rana más sabia del grupo. El ratón dejó de cantar y miró a sus amigos anfibios con ternura.
Sabía que debían actuar rápido para protegerse de la furia del clima. Sin embargo, la mesa donde estaba no era suficiente refugio contra la lluvia torrencial que se aproximaba. "¡Sígueme!" -dijo Rodolfo con determinación"Conozco un lugar seguro donde podemos resguardarnos".
Las ranas confiaron en su amigo ratón y lo siguieron mientras corrían hacia lo profundo del bosque. Finalmente llegaron a una cueva escondida detrás de una cascada donde pudieron resguardarse hasta que pasara la tormenta.
Durante esas horas difíciles, Rodolfo continuó cantando para calmar los nervios de sus amigos. Sus canciones llenaban el aire con esperanza y valentía, recordándoles que juntos podían superar cualquier desafío.
Cuando finalmente cesó la lluvia y salieron fuera de la cueva, el sol brillaba nuevamente sobre el bosque renovado por el agua fresca. Las ranas miraron agradecidas a su amigo Rodolfo por haberlos guiado hacia un lugar seguro. "¡Gracias por cuidarnos y protegernos, querido amigo!" -exclamaron al unísono.
Rodolfo sonrió ante las muestras de cariño de sus amigos anfibios y comprendió que la verdadera magia no estaba solo en su canto, sino en cómo ese canto había logrado unir sus corazones en momentos difíciles.
Desde ese día en adelante, cada vez que Rodolfo subía a cantar sobre aquella mesa en el claro del bosque, las ranas lo rodeaban con alegría y gratitud.
Y juntos demostraban que cuando se tiene amor y solidaridad en el corazón, ningún desafío es demasiado grande para enfrentar juntos.
FIN.