La Vaca del Atardecer



Era un tranquilo atardecer en el campo, el sol comenzaba a esconderse detrás de las colinas, pintando el cielo de colores anaranjados y violetas. En una pequeña granja vivía una vaca llamada Lulú, conocida por todos por su pelaje blanco y negro y su carácter amable. Lulú pasaba los días pastando y jugando con los otros animales, pero había algo que la intrigaba: un fardo misterioso que se encontraba al borde del campo.

Un día, mientras merodeaba un poco más lejos de lo habitual, Lulú decidió acercarse al fardo. Era grande, cubierto con una tela que parecía un poco viejita pero que aún conservaba un brillo extraño.

- ¿Qué será esto? - se preguntó Lulú.

Cuando la vaca llegó al fardo, un fuerte viento sopló, levantando la tela y mostrando un montón de flores secas y ramas. Pero algo más brillaba debajo de todas ellas: un pequeño espejo.

- Wow, ¿qué es esto? - exclamó Lulú, sorprendida.

En ese momento, de la nada, apareció un pequeño ratón llamado Ramón, conocido por su curiosidad y su astucia.

- ¡Hola, Lulú! - dijo Ramón - ¿Te gusta el fardo? Aunque parece viejo, guarda secretos.

- ¿Secretos? - preguntó la vaca emocionada. - ¿Qué tipo de secretos?

- Este fardo tiene una historia, - explicó Ramón, mientras caminaba alrededor, - Dicen que quien mire en este espejo verá sus sueños y miedos.

Lulú se sintió intrigada. Había tenido un sueño recurrente donde todos los animales la ignoraban y no la dejaban jugar, una pesadilla que le preocupaba un poco.

- ¿Vamos a mirarlo? - propuso Ramón, un destello de emoción en sus ojos.

Lulú asintió y con un leve temblor se acercó al espejo. Cuando miró, vio su reflejo, pero detrás de ella aparecieron sombras de otros animales que la miraban con desdén.

- ¡Oh no! - exclamó. - ¡Es mi miedo!

- ¡No te preocupes! - dijo Ramón con confianza. - Esa visión no es real. Vos sos una vaca amable y todos en la granja te quieren.

Pero Lulú seguía sintiéndose insegura. Entonces Ramón tuvo una idea brillante.

- Vamos a invitar a todos a que se acerquen al fardo. ¡Quizás ellos también tengan lo suyo para ver en el espejo!

Lulú dudó, pero la perseverancia de Ramón la motivó a intentar. Al final, Lulú decidió hacerlo. Fueron buscando a cada uno de los animales de la granja, desde las gallinas hasta el caballo.

- ¡Vengan, amigos! - gritó Lulú. - Hay algo increíble que tenemos que ver juntos.

Todos los animales, intrigados por la emoción de Lulú, se acercaron al fardo. Uno por uno, miraron el espejo y se dieron cuenta de que todos también tenían sus propios miedos. La gallina veía que nunca podría volar, el caballo, que nadie lo admiraba, y las ovejas temían al lobo que siempre rondaba.

- ¡Esto es liberador! - dijo el caballo. - He vivido tanto tiempo con este miedo sin saber cómo enfrentarlo.

- ¡Sí! - coincidió la gallina. - Si todos compartimos nuestros miedos, quizás ya no nos sientan tan pesados.

Los animales se miraron entre sí y comenzaron a hablar de sus temores, riendo de algunos, abrazando a otros, pero sobre todo compartiendo. Lulú se sintió más liviana, ya no sentía el peso de su miedo, parecía que el atardecer no solo traía colores al cielo, sino también una nueva luz a sus corazones.

Al día siguiente, todos decidieron hacer algo especial. Acordaron jugar juntos, para demostrar que el amor y la amistad eran más fuertes que cualquier miedo.

Convirtiéndose en un grupo unido, Lulú, Ramón, y todos los animales jugaron todo el atardecer, mientras el sol se ocultaba al horizonte, asegurándose de que cada uno se sintiera querido y aceptado.

- ¡Nunca más tendré miedo! - dijo Lulú, sonriendo.

Así, en cada atardecer, los amigos se reunían en torno al fardo, recordando que sus miedos no definían quiénes eran, sino que juntos podían enfrentar cualquier sombra que apareciera.

Y así, la Gran Granja vivió feliz, acompañados por el aroma de los fardos y el hermoso espectáculo de la puesta del sol.

FIN.

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