La Valiente del Cerro
En un pequeño pueblo, rodeado de cerros majestuosos, vivía una joven llamada Luna. Luna era una niña especial, pues no podía escuchar ni hablar. A pesar de su dulzura y alegría, su familia no entendía cómo comunicarse con ella. Esa incomprensión llevó a su familia a despreciarla, pensando que era un estorbo en sus vidas.
Cada día era una lucha para Luna, que jugaba sola, creando mundos de sueños en su cabeza. Un día, su familia decidió que era tiempo de deshacerse de ella. La llevaron al cerro más alto del pueblo, donde, según ellos, los leones la esperarían para devorarla.
Mientras subían, Luna miraba a su alrededor, sintiendo una extraña mezcla de tristeza y determinación. Cuando llegaron a la cima, su familia la dejó sola.
"Adiós, ya no tienes cabida en nuestra vida. ¡Que los leones te coman!" - gritaron al irse, sin darse cuenta de que Luna los estaba mirando con fuerza y valentía.
A poco de haber quedado sola, Luna escuchó un rugido profundo. Se giró y vio a los leones acercándose. No había miedo en su corazón, solo determinación. En lugar de huir, recordó las historias de los animales y sus comportamientos. Con firmeza, se puso frente a los leones, levantó los brazos como si fuese una figura poderosa y comenzó a hacer mandos: movía las manos y su rostro mostraba tales expresiones que los leones se detuvieron.
"¡Tienen que escucharme!" - pensó mientras les mostraba a través de su lenguaje de señas lo valiosa que era la vida.
Los leones, sorprendidos por la valentía de Luna, se acercaron lentamente, como si intentaran comprenderla. Uno de ellos, el más anciano, la miró fijamente y ella le mostró un gesto de amistad. Para gran sorpresa de Luna, los leones empezaron a sentarse a su alrededor, como si estuvieran esperando a que les hablara.
"No soy un trozo de carne para que me devoren. Soy una niña con sueños y esperanzas. Puedo caminar entre ustedes, porque sé que son criaturas más grandes y fuertes, pero también tienen respetos. ¡Miren cómo nuestra vida puede ser bella en este lugar!" - pensó mientras les enseñaba a bailar y saltar, imitando sus movimientos con alegría.
Los leones, cautivados por la energía de Luna y su forma de expresarse, empezaron a rugir en un tono suave. Era como si estuvieran aplaudiendo su valentía. Convencidos por su espíritu libre, decidieron protegerla.
Mientras tanto, la familia de Luna empezó a alarmarse. Desde la distancia, podían escuchar los rugidos de los leones, que no sonaban para nada como un banquete. Regresaron al cerro, llenos de temor por lo que podrían estar viendo. Al acercarse, encontraron a Luna rodeada de leones, sonriendo y jugando.
"¿Qué está pasando aquí?" -exclamó su madre, asustada.
Luna dio un paso adelante, mirándolos a los ojos. Les hizo señas, tratando de comunicarles que no era un ser a despreciar. Mostró su fuerza interna, convirtiéndose en una niña valiente ante sus propios miedos. Mientras lo hacía, los leones rugieron, como si reafirmaran su decisión de protegerla.
La familia, llena de asombro, se acercó. Luna, con su luz y magia, comenzó a demostrar lo que realmente podía hacer. Mostró a su familia que su desdén y abandono eran erróneos, y que ella podría vivir en armonía con los seres de la naturaleza.
Con el tiempo, Luna regresó con su familia, no solo amaneciendo con los leones, sino con un nuevo respeto mutuo. Sus padres comprendieron que Luna, como todos, tenía un valor inmenso, lecciones que enseñar y sueños que merecían ser escuchados.
Desde ese día, la familia aprendió el lenguaje de señas y se convirtió en un hogar amoroso donde cada voz era importante. La valentía de Luna no solo transformó su propia vida, sino también la de quienes la rodeaban. La niña que había sido despreciada, había demostrado a todos que la verdadera fuerza viene del amor y el respeto por cada ser, sin importar cuán diferente sea.
Y así, en aquel pueblo, la historia de Luna se contaba de generación en generación, recordando a todos que cada uno, con su singularidad, es capaz de cambiar el mundo a su alrededor.
FIN.