La valiente Lila y el niño asustado
Era un soleado día en el pequeño pueblo de Villa Alegre. Lila, una niña de siete años con grandes sueños, estaba decidida a hacer algo increíble. Desde temprano se había propuesto construir una casa para pájaros en el árbol del jardín. Tenía herramientas que había encontrado en el cobertizo de su abuelo y un montón de madera que había juntado del parque.
Mientras Lila trabajaba, un niño llamado Tomás la miraba desde la distancia. Tomás era un poco más tímido y le tenía miedo a casi todo. Al ver a Lila, su corazón latía rápido. "¿Qué está haciendo?", pensaba. La niña estaba usando un martillo y un clavo, pero al clavar, se le escapaba el martillo de las manos y golpeaba el suelo, haciendo un ruido estruendoso.
"¡Ay, cómo duele!" -exclamó Lila con una risa entrecortada, frotándose la mano.
Tomás, desde su escondite detrás de un arbusto, se asustó aún más. "¿Y si se lastima?" -se decía, sintiendo una mezcla de admiración y preocupación. Pero a pesar de su miedo, no podía dejar de mirar.
Lila, sin darse cuenta de que la observaban, siguió intentando colocar los clavos. A veces lo lograba, pero muchas otras se le caía la madera o se le rompía algo. "No importa, sigo intentando!" -decía ella, convencida de que algún día conseguiría hacerlo bien.
Finalmente, después de mucho esfuerzo y algunos aciertos, Lila logró levantar una pequeña casita para pájaros. Cansada pero emocionada, se sentó a admirar su obra.
Tomás, al ver que la niña había logrado lo que parecía imposible, se sintió inspirado. "Quizás no es tan malo intentarlo..." -pensó. Así que, poco a poco, salió de su escondite y se acercó.
"Hola, Lila. ¿Puedo ayudar?" -preguntó con voz temblorosa.
Lila levantó la vista, sorprendida pero también emocionada. "¡Claro, Tomás! Vení, ayudame a colgarla en el árbol. ¡Vamos a hacer que todos los pájaros vengan a ver!"
Tomás tembló un poco al ver la altura del árbol, pero la sonrisa de Lila lo llenó de valor. Juntos, empujaron la casita de madera contra el tronco y la aseguraron con varias sogas que Lila había traído.
Después de varios intentos, lograron colgar la casita con éxito.
"¡Lo logramos!" -gritó Lila, llenando el aire con su risa contagiosa.
Tomás sonrió, aliviado y feliz de haber ayudado. "No puedo creer que haya superado mi miedo para hacer esto. Gracias, Lila. Pusiste un poco de valor en mí!"
Con el tiempo, Lila y Tomás se hicieron grandes amigos. Él aprendió a ser valiente como ella, mientras que Lila descubrió que pedir ayuda no la hacía menos valiente, sino más fuerte. Juntos, comenzaron a hacer proyectos más grandes, siempre apoyándose el uno al otro.
Y así, en el pequeño pueblo de Villa Alegre, Tomás superó su miedo y se convirtió en un niño activo y curioso, gracias al esfuerzo y la valentía de su amiga.
La casita de pájaros se convirtió en el símbolo de su amistad, un recordatorio de que enfrentar el miedo puede llevar a grandes aventuras y a la creación de lazos inquebrantables.
FIN.