La Valiente Princesa Adriana



Érase una vez, en un reino muy lejano, una princesa llamada Adriana. Era conocida en todo el reino por sus cualidades: su bondad, su amabilidad y su risa contagiosa. A pesar de ser una princesa y tener a su disposición todo lo que pudiera desear, Adriana sentía que le faltaba algo: el amor verdadero.

Un día, conoció al Rey Gastón, quien llegó con grandes promesas. "Te ofreceré amor verdadero y todo lo que desees, hermosa princesa", le dijo el rey con una voz suave. Pero, con el paso del tiempo, Adriana se dio cuenta de que sus promesas eran solo palabras vacías. El rey comenzó a mostrar su verdadero carácter y, en lugar de amor, solo había maltrato y desdén.

Adriana, sintiéndose atrapada, decidió que no podía vivir así. Una noche, cuando la luna brillaba en todo su esplendor, reunió valor y escapó del castillo. "No más!", se gritó a sí misma. "Soy una princesa y merezco más que esto".

Después de varias horas de correr, llegó a un bosque encantado. Era un lugar mágico, lleno de árboles altos y flores brillantes. Allí, bajo un gran roble, conoció a Juan, un joven príncipe valiente que había oído hablar de su huida. "¿Estás bien, princesa?", le preguntó con preocupación. Adriana se sintió aliviada al encontrar a alguien que se preocupaba por ella.

"No, no estoy bien", respondió ella con lágrimas en los ojos. "El Rey Gastón me prometió amor, pero solo me hizo sufrir".

Juan, sintiendo compasión, le tomó la mano y dijo: "No te preocupes, te ayudaré a encontrar un lugar seguro donde puedas ser feliz". Juntos, recorrieron el bosque, compartiendo historias sobre sus sueños y esperanzas. Con cada paso, el corazón de Adriana comenzaba a sanar.

Pero el Rey Gastón no se quedaría de brazos cruzados. Envió a sus soldados a buscar a la princesa. Mientras Juan y Adriana descansaban junto a un lago brillante, escucharon el sonido de los hombres que venían hacia ellos. "¡Adriana, regresa!", gritó el rey desde lejos. Adriana se puso muy nerviosa. "Debo irme, no quiero volver a sufrir", dijo con angustia.

"No, aquí estás a salvo!", le contestó Juan con determinación. "No dejes que el miedo decida por ti".

Con valentía, decidieron enfrentarse al rey. "¡Gastón!" - llamó Juan con firmeza. "¡Tu mal comportamiento ya no será tolerado!". El rey, sorprendido ante la valentía de Juan, se detuvo. "¿Quién te crees para desafiarme?"

Adriana, fortalecida por el apoyo de Juan, se adelantó. "Soy una princesa, pero no soy una prisionera. El amor verdadero no duele, el amor verdadero te hace libre".

El Rey Gastón vio el brillo en los ojos de Adriana, la determinación de Juan y recordó el verdadero significado del amor. En ese momento, se dio cuenta de que sus promesas habían sido vacías. Tal vez era hora de cambiar. "Lo lamento, princesa. He estado ciego a lo que verdaderamente importa. Siempre puedes regresar al castillo, pero el amor debería ser un regalo, no una obligación".

Adriana miró a Juan y sonrió. "No necesito volver a un lugar donde no he sido querida. Ahora sé que el amor verdadero se encuentra en la libertad y el respeto mutuo". El rey, tocado por las palabras de la princesa, se marchó, dejando el camino libre para que Adriana y Juan siguieran juntos.

Desde ese día, Adriana y Juan vivieron muchas aventuras en el bosque. Juntos aprendieron que el amor verdadero no solo se encuentra en las historias de cuentos de hadas, sino también en los actos de bondad, respeto y valentía. Y así, la princesa descubrió que su búsqueda del amor verdadero la había llevado no solo a un príncipe, sino también a un amigo, y juntos construyeron su propio reino de felicidad.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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