La Valiosa Lengua de Lunahuaná



En el pequeño distrito de Lunahuaná, donde el sol brilla con fuerza y el río Cañete fluye alegre, vivían dos amigos inseparables: Micaela y Sebastián. Micaela era una niña curiosa, llena de preguntas sobre el mundo que la rodeaba, mientras que Sebastián tenía una increíble pasión por las lenguas y las historias de su cultura.

Un día, mientras exploraban la plaza de su pueblo, Micaela notó algo inusual. "-Sebastián, ¿por qué siempre escuchamos a los adultos hablar en español y nunca en quechua?" -preguntó, frunciendo el ceño.

Sebastián se encogió de hombros. "-No lo sé, Mica. A veces me da la sensación de que nuestras tradiciones se están perdiendo. La abuela me dice que antes, en el pueblo, todos hablaban quechua y contaban historias de nuestras raíces."

Intrigadas por lo que Sebastián había mencionado, decidieron visitar a la abuela Rosa, conocida en el barrio por sus relatos coloridos y su sabiduría. Cuando llegaron a su casa, Micaela le dijo: "-Abuela Rosa, ¿qué pasó con el quechua? ¿Por qué ya nadie lo habla?"

La abuela la miró con ternura. "-Queridos, la lengua es como un río que fluye. Si no la cuidamos, se seca y se olvida. Muchos jóvenes hoy eligen hablar solo en español, y los antiguos cuentos se esfuman. Pero siempre hay una forma de revivirlos."

Las palabras de la abuela resonaron en el corazón de Micaela y Sebastián. **Decidieron que no podían dejar que su cultura se perdiera.** Al día siguiente, se sentaron a hablar sobre cómo podían hacer una diferencia.

"-Podríamos hacer una feria de cuentos quechuas en el colegio!" -propuso Micaela entusiasmada.

"-¡Sí! Y podemos invitar a la abuela Rosa para que cuente historias. Eso hará que todos se interesen más por nuestra lengua!" -añadió Sebastián.

Después de semanas de trabajo duro, llegaron finalmente el día de la feria. Micaela había decorado el salón con colores vibrantes y había preparado flayers que decían: "La Feria de la Lengua Quechua".

Cuando los alumnos y maestros llegaron, la abuela Rosa comenzó a contar un relato antiguo sobre el origen del río Cañete en quechua. Al principio, algunos niños se reían, diciendo que no entendían, pero Micaela, con su voz firme, dijo: "-¡Silencio! Hay que escuchar. Aunque no entiendan, los cuentos son parte de nosotros. ¡Me encantaría que aprendan!"

Poco a poco, los chicos comenzaron a interesarse y algunos incluso se atrevían a repetir palabras en quechua, como "Ñawi" (ojo) y —"Inti"  (sol).

Al final de la feria, Micaela y Sebastián se sintieron orgullosos. "-Lo logramos, Sebastián!" -exclamó. "-Nuestra lengua no se perderá, ¡haremos más ferias!"

Desde ese día, los amigos trabajaron juntos en el colegio, organizando clubes de lengua quechua. Con cada cuento transcrito, y cada palabra aprendida, las raíces de Lunahuaná volvían a florecer, así como la pasión por sus tradiciones.

Tiempo después, Micaela y Sebastián se convirtieron en embajadores de su cultura y, en el fondo de sus corazones, sabían que habían hecho algo maravilloso. Aunque el mundo cambiaba, ellos recordaron que la lengua y las historias son el corazón de su identidad.

Así, entre risas y cuentos, los niños de Lunahuaná encontraron un nuevo propósito: nunca dejar que las lenguas se pierdan, y siempre, siempre hacer que su río de historias siga fluyendo.

El sol se ponía en Lunahuaná, mientras los eco de risas y palabras en quechua llenaban el aire, como un recordatorio de que la historia nunca se olvida si se comparte. Y así, su lengua, en lugar de desaparecer, recuperó su brillo en los corazones de todos.

FIN.

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