La varita mágica de Pinturita
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Alegre, donde todos los habitantes esperaban con ansias la llegada de la Fiesta del Color.
Esta fiesta se celebraba cada año para dar la bienvenida a la primavera y llenar el pueblo de alegría y diversión. En Villa Alegre vivía Martina, una niña muy curiosa y entusiasta que tenía un sentimiento y una devoción muy grande por esa fiesta.
Desde que era pequeña, Martina había escuchado las historias de sus abuelos sobre cómo el pueblo se transformaba en un maravilloso arcoíris durante esos días. Un día antes del comienzo de la Fiesta del Color, Martina decidió explorar el bosque encantado que rodeaba al pueblo.
Se adentró entre los árboles altos y frondosos hasta llegar a una cueva misteriosa. Allí encontró a Pinturita, un duendecillo travieso que estaba triste porque había perdido su varita mágica. Martina se preocupó por Pinturita y decidió ayudarlo a buscarla.
Juntos recorrieron todo el bosque, buscando bajo piedras, detrás de los arbustos e incluso en lo alto de los árboles más altos. Pero no lograron encontrarla. Desanimados, regresaron al pueblo justo cuando comenzaba la Fiesta del Color.
El corazón de Martina estaba triste porque no pudo ayudar a Pinturita a encontrar su varita mágica, pero sabía que debía disfrutar de la fiesta como siempre lo había hecho.
Al llegar al centro del pueblo, Martina notó algo extraño: todo estaba en blanco y negro. No había rastros de los colores vibrantes que solían adornar las calles. La tristeza invadió a Martina, quien no podía entender qué había sucedido.
Fue entonces cuando escuchó una risa familiar: era Pinturita, sosteniendo su varita mágica recién encontrada. Con un movimiento rápido, Pinturita dibujó un arcoíris en el cielo y todo volvió a llenarse de color.
Martina comprendió que la magia de la Fiesta del Color estaba en cada uno de ellos, en su alegría y entusiasmo por celebrar juntos. No importaba si no tenían la varita mágica de Pinturita; lo importante era mantener viva esa devoción por la fiesta.
Desde ese día, Martina se convirtió en la embajadora oficial de la Fiesta del Color. Cada año, junto a sus amigos y vecinos, trabajaban arduamente para decorar el pueblo con globos multicolores, pinturas brillantes y flores hermosas.
La Fiesta del Color se convirtió en una tradición aún más especial para Villa Alegre gracias al amor y dedicación de Martina y todos los habitantes del pueblo. Y así, año tras año, el pueblo se transformaba en un verdadero arcoíris lleno de alegría y diversión durante esos días mágicos.
Y es que Martina aprendió que cuando tienes un sentimiento profundo por algo que amas, puedes hacer cosas maravillosas incluso sin tener una varita mágica.
FIN.