La Vendedora de Cerillas
Era una fría tarde de invierno en la ciudad. La nieve cubría las calles y los habitantes corrían apurados hacia sus hogares. Entre ellos, una pequeña niña, llamada Lucía, vagaba con una caja de cerillas en la mano. Sus patitas apenas la sostenían mientras intentaba vender su mercancía.
"¡Cerillas, cerillas!", gritaba ella mientras miraba a su alrededor. Pero nadie parecía escucharla. Todos estaban demasiado ocupados con sus pensamientos y preocupaciones.
Lucía sentía el frío atravesar su abrigo raído. Su estómago rugía de hambre y su corazón se llenaba de tristeza al ver a los demás disfrutar de un chocolate caliente o de una cena abundante.
En medio de su pena, decidió hacer algo que nunca había hecho. Se sentó en la esquina de una calle iluminada por luces de colores y decidió encender una cerilla. La llama danzó frente a ella, creando un calor que la envolvió por un instante.
"¡Oh!", susurró Lucía, "me gustaría que esto nunca se apague". A medida que miraba la pequeña llama, comenzó a soñar. En su mente, la llama se transformó en un cálido hogar donde vivía con su familia, rodeada de amor y risas.
Pero la llama se apagó y el frío volvió a envolverla. Sin embargo, Lucía no se rindió. Decidió encender otra cerilla, y esta vez, la llama la llevó a un lugar de fantasía donde conoció a un hermoso unicornio.
"¡Hola, pequeña! ¿Por qué estás tan triste?", preguntó el unicornio.
"Estoy sola y tengo frío", respondió Lucía con la voz entrecortada.
"No estés triste. Aquí, en este lugar mágico, siempre hay calor y amor. Lucha por tus sueños y nunca dejes que el frío te detenga", dijo el unicornio mientras danzaba a su alrededor.
Lucía se sintió más fuerte y decidida. Apagó la cerilla y sonrió con la esperanza de un futuro mejor. Decidió levantarse y seguir vendiendo sus cerillas, pero esta vez con una actitud diferente. Al acercarse a un grupo de niños que jugaban en la plaza, se les ocurrió una idea.
"¡Hola!", dijo Lucía, "¿Quieren jugar un juego divertido conmigo?".
Los niños se miraron, intrigados.
"¿Qué juego?", preguntó uno de ellos.
"¡El juego de las cerillas! Por cada cerilla que compran, les cuento una historia mágica sobre lugares lejanos y criaturas sorprendentes", propuso Lucía con una sonrisa.
Los niños, emocionados por la idea, se acercaron y comenzaron a comprar cerillas. Lucía les contaba historias sobre reinos encantados, valientes guerreros y dragones amistosos. Con cada historia, las risas y la felicidad se llenaban del aire, y el frío parecía desvanecerse.
A medida que la tarde avanzaba, la pequeña niña no sólo vendió todas sus cerillas, sino que también ganó nuevos amigos que se interesaron por sus cuentos. Al finalizar el día, un grupo de niños se despidieron.
"¡Vamos a jugar juntos mañana!", gritó uno de ellos mientras se alejaban.
Lucía se sintió feliz y realizada. Había aprendido que no importa cuán difícil sea la situación, siempre se puede encontrar una forma creativa de salir adelante. Y lo que más la llenó de alegría fue que ahora no estaba sola; había encontrado amigos que la acompañarían en su camino.
Desde entonces, Lucía no solo vendió cerillas; también vendió sorpresas y sueños, y las frías tardes de invierno se convirtieron en momentos mágicos llenos de amistad y risas. Así, la pequeña vendedora de cerillas nunca se sintió sola, y cada encendido de cerilla era una chispa de esperanza para su corazón.
FIN.