La verdad del Emperador


Había una vez un emperador llamado Federico, que era conocido por su vanidad y amor por la moda. Un día, dos astutos estafadores llegaron al reino y se hicieron pasar por hábiles sastres.

Estos falsos sastres le dijeron al emperador que podían hacerle el traje más hermoso y especial del mundo.

Decían que solo las personas inteligentes y dignas de su posición podrían verlo, ya que estaba hecho con un tejido mágico invisible a los ojos de los tontos. El emperador, emocionado ante la idea de tener un traje tan único, les dio todo el oro necesario para comenzar su trabajo. Los estafadores fingieron coser durante días en sus telares vacíos mientras el emperador esperaba ansioso.

Finalmente, llegó el momento de probarse el traje nuevo.

Los estafadores presentaron una prenda invisible mientras decían: "¡Aquí está tu majestuosidad! ¿No es maravilloso?" Todos los cortesanos y ciudadanos temblaban de miedo ante la posibilidad de ser considerados tontos si no veían nada. Federico se miró en el espejo y fingió estar encantado con lo que supuestamente llevaba puesto.

"¡Es realmente asombroso! ¡Nunca he visto algo tan hermoso en mi vida!", exclamó para no parecer tonto frente a todos. El pueblo entero quedó fascinado por las palabras del emperador y celebraron su buen gusto. Pero entre la multitud había un niño llamado Mateo, quien pese a su corta edad tenía una gran inteligencia y agudeza visual.

Mateo, con curiosidad y valentía, se acercó al emperador y le susurró: "Señor, no veo ningún traje en usted. Parece que los sastres lo han engañado". El emperador quedó atónito por la sinceridad del niño.

Sin embargo, antes de que pudiera responderle, Mateo agregó: "Pero no se preocupe, señor. Ser engañado no significa ser tonto. A veces confiamos en las personas equivocadas sin saberlo".

El emperador reflexionó sobre las palabras del niño y comprendió la importancia de la honestidad y el valor de reconocer nuestros errores. Decidió enfrentar a los estafadores y exponer su engaño ante todo el reino.

Cuando Federico reveló la verdad frente a todos, los estafadores huyeron avergonzados mientras el pueblo aplaudía al emperador por su valentía y humildad. A partir de ese día, Federico aprendió una lección invaluable sobre la importancia de ser sincero consigo mismo y con los demás.

Se convirtió en un gobernante más sabio y justo para su pueblo. Y Mateo fue honrado como un héroe por su astucia e inteligencia. Su actitud valiente inspiró a otros niños a ser siempre honestos y a nunca temer decir la verdad.

Desde entonces, el reino prosperó bajo el reinado del nuevo emperador que valoraba más la integridad que cualquier vestimenta lujosa o engañosa. Y todos vivieron felices sabiendo que era mejor ser auténtico que dejarse llevar por las apariencias.

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