La Vieja Clara y el Peo Mágico



En un pequeño pueblo llamado Sonrisas, vivía una viejita muy querida por todos, la señora Clara. Era conocida por su risa contagiosa y sus deliciosas galletitas de avena. Un día, mientras preparaba las galletitas en su cocina, ocurrió algo inesperado: ¡la señora Clara se echó un peo muy fuerte!"¡Ups!" - exclamó la señora Clara, sonrojándose.

Los pajaritos que estaban en el árbol cercano se asustaron y volaron, mientras que su gato, Pipo, se escondió debajo de la mesa. Pero lo que nadie esperaba era que, de ese peo, saliera un pequeño destello brillante que iluminó la habitación.

Curiosa, la señora Clara se acercó al lugar donde había aterrizado el destello. Para su sorpresa, encontró una pequeña hada llamada Lila.

"¡Hola, señora Clara!" - dijo Lila con una voz suave y dulce. "Soy el hada de la risa, y he salido de un lugar muy lejano gracias a tu ruidoso peo. ¡Estoy aquí para ayudarte a traer más alegría al pueblo!"

La señora Clara se enderezó, emocionada.

"¡Pero claro, querida Lila! Siempre quise hacer algo especial para mis amigos en el pueblo. ¿Qué podemos hacer juntas?"

Lila tocó una campanita dorada que llevaba consigo y, de repente, todo en la cocina comenzó a brillar y a llenarse de colores.

"Con solo un toque de magia, podemos hacer que cada risa y alegría cuente. Cada vez que alguien se ría, pasará algo mágico en el pueblo. ¿Te animas a acompañarme?" - preguntó el hada.

La señora Clara, siempre dispuesta a ayudar, aceptó de inmediato. Así que comenzaron una aventura por el pueblo. Se acercaron a la plaza donde un grupo de niños jugaba a la pelota.

"¡Hola, chicos!" - llamó la señora Clara.

"¡Hola, abuela Clara!" - gritaron todos al unísono.

"¿Quieren saber un secreto?" - les dijo con una sonrisa pícara.

Los niños se acercaron, intrigados. Lila susurró al oído de Clara un hechizo que hicieron juntos.

"¡Con cada risa contagiosa, flores mágicas crecerán!" - exclamó la señora Clara.

Los niños comenzaron a reír a carcajadas, y cada risa resonante hizo que flores de colores vivos comenzaran a brotar alrededor de la plaza.

"¡Miren, miren!" - gritó un niño señalando las flores "¡Son hermosas!"

Y así, la noticia se expandió: cada vez que alguien se reía, algo sorprendente sucedía. La gente del pueblo empezó a contar chistes y a hacer imitaciones graciosas, disfrutando de la magia que traía consigo cada carcajada.

Pero un buen día, un nuevo personaje apareció en Sonrisas: un hombre gruñón llamado Don Ramón, que se quejaba de todo.

"¡Bah, esas flores no valen nada!" - dijo con desdén al ver a los niños.

Lila, preocupada, miró a Clara.

"Necesitamos que Don Ramón se ría para que la magia siga fluyendo. Si no, la alegría del pueblo podría desvanecerse."

Clara, jamás dispuesta a rendirse, ideó un plan.

"Vamos a invitarlo a nuestra fiesta de risas. ¡Tal vez logremos que su corazón se abra!" - sugirió Clara con entusiasmo.

Organizaron una gran fiesta en la plaza y decidieron que el tema sería la risa. Hicieron carteles, prepararon galletitas de avena y llenaron el lugar de globos.

"Don Ramón, ven a nuestra fiesta de risas. Será divertida, aquí hacemos magia con la alegría" - le pidió Clara con una sonrisa.

Don Ramón, al ver todos los preparativos, no pudo resistirse. Asistió a la fiesta, aunque con una cara muy seria.

Y cuando los niños comenzaron a contar sus chistes y todos se reían, de a poco, Don Ramón fue aflojando.

De repente, un niño contó un chiste tan gracioso que, sin querer, Don Ramón soltó una risa profunda.

"¡Ja, ja, ja!" - rió con fuerza y al instante, las flores en la plaza comenzaron a brillar más intensamente.

Clara sonrió y miró a Lila.

"¡Lo hizo! La magia está de vuelta", dijo emocionada.

Lila agitó su varita y un arcoíris apareció en el cielo. Todos en el pueblo aplaudieron y a Don Ramón no le quedó más opción que unirse al festejo.

"Nunca imaginé que reír podría ser tan lindo. Gracias, señora Clara, gracias, Lila" - dijo Don Ramón, con una sonrisa en el rostro.

Desde ese día, la gente de Sonrisas nunca olvidó que, a veces, la alegría puede venir de los lugares más inesperados, incluso de un peo. ¿Y así fue como, gracias a una ruidosa viejita y un hada mágica, el pueblo aprendió a reír y a llenar de flores su vida?

Y siempre que Clara pensaba en aquel día, sonreía, recordando cómo una simple risita podría cambiar el mundo. ¡Fin!

FIN.

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