La voz de la amistad


Había una vez un niño llamado Juan, que era muy inteligente y talentoso. Sin embargo, tenía un problema: cuando se frustraba o enojaba, no sabía cómo expresar sus emociones.

En lugar de hablar sobre lo que le pasaba, guardaba todo para sí mismo. Un día, Juan estaba jugando con su mejor amigo Tomás en el parque. Estaban construyendo una torre de bloques, pero Juan comenzó a sentirse frustrado porque no lograba hacerla tan alta como quería.

En lugar de pedir ayuda o decirle a Tomás cómo se sentía, simplemente dejó los bloques y se alejó sin decir nada. Tomás se quedó confundido y triste al ver a su amigo irse sin explicación alguna.

Decidió seguirlo para averiguar qué le había pasado. Cuando alcanzó a Juan, lo encontró sentado en un banco mirando al suelo con cara de desilusión. "Juan, ¿qué te pasa? ¿Por qué te fuiste así?"- preguntó Tomás preocupado.

Juan suspiró y bajó la cabeza aún más. "Es que me frustro mucho cuando las cosas no salen como quiero"- respondió con voz apagada. Tomás se acercó y puso su mano en el hombro de Juan. "Lo entiendo, todos nos frustramos alguna vez.

Pero es importante comunicar nuestros sentimientos para poder resolverlos juntos". "Pero siempre me da vergüenza admitir que estoy frustrado o enojado"- dijo Juan mientras jugueteaba con sus manos. Tomás sonrió amablemente. "No tienes por qué sentir vergüenza.

Todos tenemos emociones y está bien expresarlas. De hecho, es mucho mejor hablar de lo que sentimos en lugar de guardarlo todo adentro". Juan reflexionó sobre las palabras de su amigo y decidió darle una oportunidad.

Juntos regresaron al parque y retomaron la construcción de la torre de bloques. Esta vez, cuando Juan comenzó a sentirse frustrado, no se quedó callado. "Tomás, me siento frustrado porque quiero que nuestra torre sea más alta.

¿Podemos intentar otra estrategia?"- dijo Juan con valentía. Tomás sonrió emocionado por ver a su amigo expresando sus emociones. "¡Claro! Podemos probar apilar los bloques de forma diferente.

¡Juntos podemos encontrar una solución!"Y así fue como Juan y Tomás trabajaron juntos para construir la torre más alta que jamás habían hecho. Aprendieron que comunicarse abiertamente sobre sus emociones les permitía resolver problemas y fortalecer su amistad.

Desde aquel día, Juan comprendió lo importante que era expresar sus emociones en lugar de guardarlas dentro de sí mismo. Aprendió a pedir ayuda cuando lo necesitaba y a compartir cómo se sentía con las personas cercanas a él.

Y así, el pequeño Juan descubrió el poder transformador de la comunicación honesta y aprendió que no hay nada malo en sentirse frustrado o enojado. Lo importante es saber cómo manejar esas emociones y buscar soluciones juntos.

Desde ese momento, cada vez que algo le molestaba o entristecía, Juan recordaba las enseñanzas de Tomás: "Comunicar nuestras emociones nos hace más fuertes". Y gracias a esa lección, siempre encontraba una forma de superar cualquier obstáculo que se le presentara en el camino.

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