La voz de los niños
En un pequeño pueblo llamado Cuentilandia, vivía una niña curiosa y valiente llamada Clara. Clara tenía un sueño: hacer que todos los niños fueran escuchados y que sus derechos fueran respetados. Un día, mientras caminaba por el parque, Clara escuchó un murmullo entre los árboles.
"- ¿Escucharon eso?" - preguntó Clara, mirando a su amigo Lucas, quien estaba jugando con una cometa.
"- No, ¿qué decís?" - respondió Lucas, mirando hacia donde Clara apuntaba.
"- Vengo de el País de los Derechos de los Niños. Necesitamos tu ayuda para que se escuche nuestra voz y se cumplan nuestros derechos" - dijo un pequeño duende, que salió de detrás de un árbol.
"- Pero, ¿qué derechos son esos?" - preguntó curiosa Clara.
"- ¡Los derechos a jugar, a aprender, y a ser escuchados! Los niños de Cuentilandia merecen un lugar donde puedan expresar sus sueños" - explicó el duende.
Decididos a ayudar al duende, Clara y Lucas se embarcaron en una aventura. Primero, decidieron hablar con la maestra de la escuela, la señorita Sofía. Al llegar, la encontraron enseñando sobre los derechos humanos.
"- Señorita Sofía, ¿qué podemos hacer para asegurarnos que todos los niños en Cuentilandia conozcan sus derechos?" - preguntó Clara con determinación.
"- ¡Colorín colorado! Hay que hacer una fiesta de los Derechos de los Niños!" - sugirió la señorita Sofía.
Emocionados, Clara y Lucas comenzaron a planear la gran fiesta. Invitaron a todos sus amigos y diseñaron carteles llenos de dibujos que representaban los derechos de los niños.
"- ¡Necesitamos música y juegos!" - gritó Lucas mientras corría de un lado a otro.
La fiesta se llenó de risas, música y colores. Sin embargo, al día siguiente, un nuevo desafío se presentó: el Alcalde de Cuentilandia, don Pedro, decidió que había demasiadas actividades y que la fiesta no podría realizarse.
"- ¡Debemos hacer algo!" - exclamó Clara, decepcionada. "- No podemos dejar que nos silencie nuestra voz!"
"- ¿Y si hablamos con él?" - sugirió Lucas, con una chispa de esperanza. Juntos, armaron un grupo de niños decididos a hablar con el Alcalde.
Al llegar a la oficina del Alcalde, encontraron a don Pedro ocupado.
"- ¡Alcalde!" - dijo Clara levantando la mano. "- Queremos que nos escuchen. Somos niños y tenemos derechos. Queremos jugar, aprender y ser felices!"
Don Pedro, sorprendido por el coraje de los niños, les preguntó:
"- ¿Qué deben aprender los adultos sobre sus derechos?"
"- Que todos los niños merecemos ser escuchados y que tenemos derechos que debemos conocer!" - respondió Lucas.
Tras escuchar a los niños, el Alcalde reflexionó y, para sorpresa de todos, decidió permitir la fiesta. Agradeció a Clara y Lucas, prometiendo también trabajar en un lugar donde los niños pudieran expresar sus ideas y deseos.
La fiesta fue maravillosa, llena de juegos, risas y música, pero lo más importante fue el mensaje que los niños compartieron. Más tarde, se formó un consejo de niños que se reuniría cada mes para hablar sobre sus derechos y encontrar formas de mejorar su comunidad.
Clara y Lucas entendieron entonces que cada niño tiene una voz y que, aun siendo pequeños, pueden hacer cambios significativos. Desde ese día, Cuentilandia se convirtió en un lugar donde los sueños de los niños eran escuchados y valorados.
"- ¡Viven los derechos de los niños!" - exclamó Clara, mientras ella y sus amigos saltaban de alegría.
El duende sonrió, viendo cómo su misión se había cumplido.
Y así, Clara, Lucas y todos los niños de Cuentilandia siguieron luchando por sus derechos, poniendo en práctica la lección más importante: cuando alzan su voz, pueden hacer del mundo un lugar mejor para todos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.