La Voz de Mady



En la Escuela Santa Cecilia de Tuluá, Mady era conocida por su gran entusiasmo. Siempre levantaba su mano en clase, dispuesta a compartir sus ideas y respuestas. Sin embargo, sus compañeros a menudo no la escuchaban. Se sentía un poco sola, como si sus palabras se evaporaran en el aire.

Un día, mientras intentaba contarles a sus amigos sobre un nuevo libro que había leído, dijo: "Chicos, ¡tienen que escuchar esto!" Pero, como siempre, la bulla de risas la acalló.

Mady suspiró, sintiéndose desanimada. "¿Por qué nunca me escuchan?"- se preguntó.

Al salir al recreo, su amiga Ana se le acercó.

"¿Qué te pasa, Mady? Te vi un poco apagada en clase."

"Es que siento que nunca me prestan atención. A veces creo que hablo en vano."

"Eso no es verdad. ¡Tu opinión es muy importante! Tal vez deberías intentar hablar de otra forma."

Mady pensó en lo que dijo Ana. Decidió hacer una prueba: en lugar de hablar, prepararía una pequeña representación. Esa tarde se sentó en su habitación, armando un pequeño teatro de sombras. Prendió una linterna, colocó sus muñecos y empezó a contar su historia. Era sobre un pequeño pez que soñaba con ser una gran estrella del océano.

Cuando llegó el día siguiente en la escuela, invocó a sus amigos:

"Chicos, hoy tengo algo muy especial para mostrarles. ¡Vengan a la clase de arte!"

Curiosos, los niños la siguieron, pensaban que sería algo divertido.

Mady comenzó la representación y, para su sorpresa, todos comenzaron a prestar atención.

"Érase una vez un pez llamado Pepito que ¡siempre soñaba!"

La historia era tan cautivadora que los niños estaban completamente absortos.

"Mady, ¡qué genial!"- exclamó un compañero.

"¿Podés contar otra vez la parte en que Pepito decide salir de su hogar?" -pidió un chico.

Mady sonrió, sintiéndose más segura. Al finalizar la representación, sus compañeros aplaudieron.

"Sos una gran narradora, Mady. Nunca nos dimos cuenta del talento que tenías."

Después del recreo, Mady decidió expresar su gratitud.

"Gracias por escucharme hoy. A veces, sólo quiero compartir lo que siento."

"Nosotros deberíamos escucharte más. Tendríamos muchas más historias como la de Pepito."

A partir de entonces, Mady empezó a ser parte activa en las actividades del grupo. También comenzaron a dedicar un espacio en clase para que cada uno compartiera sus ideas sin interrupciones.

Así, Mady descubrió que, aunque a veces sus palabras se parecieran a un susurro en un mar de ruidos, su voz podía llegar muy lejos si encontraba la forma adecuada de expresarse.

Con el tiempo, no solo se ganó un lugar en las charlas del grupo, sino que también inspiró a otros a compartir sus propias historias, creando así un espacio donde cada voz era valorada. La Escuela Santa Cecilia se convirtió en un lugar donde todos los niños aprendieron la importancia de escuchar, de prestar atención y de valorar las palabras de cada uno.

Y así, Mady entendió que una buena historia no solo se cuenta, sino que se comparte, y que su voz fue siempre mucho más fuerte de lo que había imaginado. Desde ese día, su entusiasmo nunca dejó de brillar.

FIN.

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