La voz de Sara


Había una vez una niña llamada Sara, que era muy introvertida. A diferencia de los otros niños de su clase, a ella le costaba mucho expresar sus emociones y relacionarse con los demás.

Siempre se mantenía callada y observaba desde la distancia, sin atreverse a participar en juegos o conversaciones. La maestra de Sara se preocupaba mucho por ella y decidió implementar un proyecto especial para trabajar las emociones con todo el alumnado de educación infantil.

Quería ayudar a cada niño a comprender y manejar sus sentimientos de una manera saludable. Un día, la maestra reunió a todos los niños en círculo y les explicó que iban a aprender sobre las emociones y cómo expresarlas adecuadamente.

Cada semana se enfocarían en una emoción diferente: alegría, tristeza, miedo, enojo y amor. Durante la primera semana, hablaron sobre la alegría. La maestra pidió a los niños que compartieran momentos en los que se sintieron realmente felices.

Todos comenzaron a contar anécdotas divertidas y emocionantes, riendo mientras recordaban esas experiencias. Sara permaneció en silencio durante toda la actividad.

La maestra notó su timidez e intentó animarla diciendo: "Sara, ¿tienes algún recuerdo feliz que quieras compartir con nosotros?". Sara bajó la mirada tímidamente y respondió: "-No tengo ningún recuerdo feliz". Los demás niños quedaron sorprendidos por su respuesta.

La maestra comprendió entonces lo importante que era trabajar las emociones con Sara para ayudarla a encontrar su propia alegría. La siguiente semana, se centraron en la tristeza. La maestra les enseñó a los niños que no siempre era malo sentirse triste y que todos pasaban por momentos difíciles.

Les animó a expresar sus sentimientos de tristeza y compartirlos con los demás. Sara finalmente encontró el valor para hablar: "-A veces me siento triste porque pienso que nadie quiere jugar conmigo".

Los demás niños escucharon atentamente y se dieron cuenta de cómo Sara se sentía realmente. Decidieron acercarse a ella y ofrecerle su amistad. En las siguientes semanas, trabajaron en el miedo y el enojo, ayudando a cada niño a reconocer sus propias emociones y encontrar formas saludables de manejarlas.

A medida que avanzaba el proyecto, Sara comenzó a abrirse más, compartiendo sus experiencias y emociones con sus compañeros de clase. En la última semana del proyecto, se enfocaron en el amor.

La maestra les explicó que el amor no solo se refería al cariño romántico, sino también al respeto y cuidado hacia los demás. Sara decidió escribir una carta especial para cada uno de sus compañeros de clase, expresándoles lo mucho que valoraba su amistad.

Cuando leyeron las cartas, todos quedaron sorprendidos por las hermosas palabras de Sara. Desde ese día en adelante, Sara ya no era la niña introvertida que solía ser.

Había aprendido a trabajar sus emociones gracias al proyecto especial de la maestra y ahora podía expresar libremente lo que sentía. La historia de Sara inspiró a otros niños a ser más abiertos y comprensivos con sus propias emociones.

Aprendieron que todos tenemos diferentes maneras de sentir y expresarnos, y que es importante apoyarse mutuamente en el camino hacia la felicidad. Y así, gracias a la maestra y su proyecto especial, Sara encontró su voz y descubrió el maravilloso mundo de las emociones.

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