La Voz de Tomi
Había una vez un niño llamado Tomi, que vivía en un pequeño pueblo llamado San Pueblito. San Pueblito no era un lugar muy conocido. Sus calles eran de tierra, y las casas estaban hechas de madera vieja. La gente del pueblo tenía que esforzarse mucho para salir adelante, y las oportunidades eran muy escasas. Tomi, sin embargo, era un soñador. Siempre creía que todos los niños y niñas merecían las mismas oportunidades, sin importar de dónde vinieran.
Un día, Tomi decidió que no podía quedarse callado. "¡Quiero hablar en la reunión del pueblo!"- exclamó emocionado mientras jugaba con sus amigos en la plaza. Pero sus amigos dudaron. "Tomi, no puedes. Los mayores nunca escuchan a los más chicos"-, dijo Maru, una de sus amigas. "Además, ¿qué podrías decir que cambiaría las cosas?"- añadió Nico, rascándose la cabeza.
A pesar de las dudas de sus amigos, Tomi no se desanimó. Se fue a casa y comenzó a prepararse para la reunión de la semana siguiente. Preparó un discurso que decía lo mucho que todos los niños y niñas del pueblo necesitaban una oportunidad para aprender y jugar, para poder ser lo que soñaban.
Cuando llegó la noche de la reunión, el salón del pueblo estaba lleno. Todos los adultos miraban atentamente al alcalde, que estaba hablando sobre los problemas del pueblo. Tomi, desde atrás, se sintió pequeño, pero su corazón latía fuerte. "¡Es mi momento!"- pensó.
Cuando el alcalde terminó, Tomi se acercó al escenario. "¡Disculpe, señor alcalde!"- gritó, tratando de que lo escucharan. Pero algunos adultos comenzaron a murmurar. "¡¿Quién se cree este niño? !"- decía doña Clara, la señora del caramelo. Tomi sintió que sus piernas temblaban. Sin embargo, reunió todas sus fuerzas y continuó. "Soy Tomi y tengo algo importante que decir. Los niños también tenemos sueños, y necesitamos oportunidades. Queremos aprender. ¡Queremos que nos escuchen!"-
Los murmullos crecieron, y Tomi se sintió como si estuviera hablando para las paredes. Pero, para su sorpresa, algunos niños del fondo comenzaron a aplaudir. Eran sus amigos. "¡Vamos, Tomi!"- gritaron. Su entusiasmo contagió a otros niños, quienes se unieron al aplauso.
En ese momento, el alcalde se quedó en silencio y miró a Tomi. "Los niños no deben interrumpir las reuniones de los adultos"-, dijo con tono firme. Pero un grupo de padres comenzó a murmurar entre ellos. "Es cierto. Nunca pensamos en lo que los chicos quieren"-, dijo uno. Otro agregó "Tal vez deberíamos escucharlos"-. Tomi sintió que había plantado una semilla de cambio.
La reunión terminó, pero Tomi no se dio por vencido. En los días siguientes, comenzó a recopilar las ideas y sueños de otros niños del pueblo. Junto a Maru y Nico, crearon una pequeña cartelera en la plaza donde los chicos podían escribir lo que soñaban hacer y aprender. "Esto será nuestro espacio para ser escuchados"-, les dijo Tomi.
Poco a poco, más niños se unieron. Cada día, llenaban la cartelera de dibujos, historias y palabras que reflejaban sus deseos. Los adultos comenzaron a prestar atención. "¿Qué están haciendo esos chicos?"- murmuró don Pedro, el carnicero, mientras leía los sueños de los niños. "Quieren aprender, quieren jugar, ¡quieren tener oportunidades!"-
Un día, en la plaza, un grupo de adultos se acercó al espacio de Tomi. "¿Qué tal si hacemos un día de juegos y aprendizajes para todos los niños?"- propuso doña Clara, sorprendiendo a Tomi y sus amigos. "Podemos enseñarles y también aprender de ellos!"-
La idea fue un éxito. El día de juegos llegó, y el pueblo se llenó de risas y colores. Los adultos enseñaron a los niños sobre sus oficios y en cada rincón había algo nuevo que aprender.
Tomi se dio cuenta de que su voz había comenzado a resonar. "¡No puedo creer que estamos haciendo esto!"- dijo Maru. "¡Es solo el comienzo!"- respondió Tomi.
Y así, con cada pequeño paso, Tomi y los niños de San Pueblito fueron obteniendo su espacio. El pueblo empezó a cambiar, un ladrillo a la vez, y la voz de los niños dejó de ser ignorada. Se dieron cuenta que, cuando se juntan, todos pueden ser escuchados. Y lo más importante, aprendieron que todos, sin importar la edad, tienen algo valioso que aportar al mundo.
Fin.
FIN.