La Voz de Yana



En lo alto de las montañas de Cajamarca, vivía un joven llamado Yana. Tenía un don especial: hablaba el quechua tan claro como el agua del río, mientras que su castellano era más entrecortado, aprendido solo en las clases de la escuela.

Un día, mientras paseaba por el bosque, Yana escuchó un llanto suave y triste. Siguiendo el sonido, encontró a una pequeña llama atrapada en unas ramas.

"No llores, amiguita, te ayudaré", dijo Yana en quechua.

Con mucho cuidado, Yana liberó a la llama, que lo miró con ojos agradecidos.

"¡Gracias, joven! Soy Llama Lili. Estaba perdida y no sabía cómo volver a mi hogar", dijo la llama en un castellano muy correcto.

Yana se sorprendió al escucharla hablar tan bien.

"¿Cómo hablas así?", preguntó Yana, asombrado.

"Me enseñaron en la granja, pero aquí en la montaña no hay muchos que me entiendan. Por eso me siento tan sola", respondió Lili con un suspiro.

"Yo puedo ayudarte. Si te enseño quechua, tú me enseñas castellano", propuso Yana con una gran sonrisa.

Lili asintió con entusiasmo.

"¡Trato hecho!"

Desde ese día, Yana y Lili se encontraron todos los días para aprender juntos. Yana le enseñó a Lili a decir palabras en quechua, mientras ella le ayudaba a mejorar su castellano.

"Yana, ¿cómo se dice 'casa' en quechua?"

"Se dice 'wasi'. Ahora tú, ¿cómo se dice 'sombrero'?"

"Se dice 'sombrero'. ¡Esto es muy divertido!"

El tiempo pasaba, y aunque se comunicaban de maravilla, Yana seguía sintiendo que no era tan bueno en castellano como en quechua. Un día, se organizó una reunión en la aldea para celebrar el cosecha.

Yana recibió una invitación y se sintió nervioso.

- “¿Qué haré si me preguntan algo en castellano? ”, le confesó a Lili, mientras observaban la puesta de sol.

- “Lo importante es que hables desde el corazón. La gente valorará tu esfuerzo”, le respondió Lili con confianza.

El día de la fiesta llegó, y la plaza estaba llena de gente. Yana se armó de valor y se acercó al micrófono. La música sonaba alegre y todos esperaban que él dijera unas palabras.

- “Hola a todos... Yo... a veces hablo difícil en castellano, pero quiero compartir algo..." Su voz temblaba un poco.

En ese momento, miró a Lili, que le sonreía, y se sintió más tranquilo.

- “Soy Yana y estoy aquí para celebrar con ustedes. Me gusta mucho nuestra cultura y el quechua, y estoy aprendiendo también el castellano”, continuó.

El público escuchaba atentamente, y poco a poco, Yana comenzó a sentir que las palabras fluían.

- “Gracias por ser pacientes conmigo. Quiero aprender más y compartir este amor por nuestras lenguas.”

Al terminar, el público estalló en aplausos. Algunos le gritaban palabras de aliento.

- “¡Bravo, Yana! ”

Yana se sintió orgulloso. Había pronunciado sus palabras con valentía. Lili se acercó y dijo:

- “¡Lo hiciste fantastico! Nadie se sintió incómodo, solo admiración.”

Desde ese día, Yana entendió que no importaba el idioma, lo importante era el deseo de comunicarse y compartir. Con Lili y todos sus amigos, continuaron aprendiendo juntos, haciendo que su amor por los idiomas fuera un puente entre ellos y su comunidad.

Así, Yana descubrió que con cada palabra que pronunciaba, ya fuera en quechua o en castellano, su voz se hacía más fuerte y su corazón, más grande. Y en lo alto de las montañas de Cajamarca, la amistad entre un joven y una llama se convirtió en un hermoso canto multilingüe, uniendo dos mundos diferentes con el don de la comunicación.

FIN.

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