La voz del corazón
Ezequiel era un niño de diez años, lleno de sueños, con una gran pasión por la publicidad y una chispa de creatividad que lo hacía especial. Sin embargo, había algo que lo detenía: tartamudeaba. Cuando trataba de hablar, las palabras a veces se le enredaban y se sentía como si un nudo en su garganta le impidiera expresarse. Esto lo hacía sentir diferente y, a veces, hasta solo.
Un día, en la escuela, la profesora de artes anunció que se formaría un grupo de orientación y publicidad para el próximo evento del Día del Estudiante. Ezequiel sintió que era una oportunidad que no quería dejar pasar.
"¡Quiero ser parte de ese grupo!" - le dijo a su amigo Lucas, mientras ambos estaban en el recreo, mirando a través de la ventana cómo otros chicos jugaban.
"¿Estás seguro, Ezequiel? No siempre son amables cuando hablas en público..." - respondió Lucas, preocupado.
Ezequiel se sintió un poco desanimado, pero recordó lo que su mamá siempre le decía: "La valentía no es no tener miedo, sino enfrentar el miedo y seguir adelante". Con esa frase en mente, decidió inscribirse.
El primer día de la reunión, Ezequiel llegó con una gran sonrisa, aunque su corazón latía rápidamente. El grupo estaba formado por otros chicos. Algunos parecían muy seguros de sí mismos.
La profesora, una mujer amable llamada Miss Laura, los recibió con entusiasmo.
"¡Hola a todos! ¡Hoy vamos a empezar con algunas ideas para nuestro proyecto!" - dijo, con una sonrisa.
Ezequiel levantó la mano, su mente estaba llena de ideas, pero cuando intentó expresar su primera opinión, se sintió un poco nervioso. Las palabras comenzaron a entrelazarse y, para su horror, algunos chicos comenzaron a reírse.
"No podés hablar bien, Ezequiel" - gritó un compañero, llamado Julián.
Ezequiel se sintió pequeño y olvidó todo lo que quería decir. Regresó a su asiento, con el rostro enrojecido. Pero, en el fondo, no quería rendirse.
Al siguiente día, decidió prepararse más. Pasó horas en su casa, practicando frente al espejo. Usó tarjetas donde anotó mitades de oraciones que podía completar.
"Hoy no me voy a dejar ganar por el miedo" - se dijo a sí mismo.
La semana siguiente, el grupo se reunió de nuevo. Miss Laura les pidió que presentaran sus ideas sobre cómo promocionar el evento. Ezequiel se sentía más seguro.
Cuando llegó su turno, se puso de pie.
"Yo... yo... creo... que podemos... hacer... unos carteles... muy creativos" - comenzó a hablar, mientras las palabras resbalaban de sus labios. A pesar del tartamudeo, la mirada de sus compañeros comenzó a cambiar.
Algunos lo miraban con interés. Lucas sonrió y le acompañó con un gesto de apoyo.
"¡Sí! Eso suena genial, Ezequiel!" - exclamó Lucas, alentándolo.
"Podemos usar colores vibrantes y slogans divertidos" - continuó Ezequiel, sintiendo que poco a poco las palabras empezaban a fluir un poco más fácil.
Sin embargo, Julián, que antes se había reído de él, hizo un comentario que hizo tambalear su confianza.
"¿En serio creés que podés ser parte de esto?" - burló Julián.
Ezequiel sintió que se le hacía un nudo en el estómago, pero recordó las palabras de su mamá. Entonces, con sinceridad en su voz, respondió:
"Sí, creo que tengo algo valioso para aportar. No importa cuán difícil me resulte hablar, mis ideas son tan importantes como las de cualquier otro" - dijo con determinación.
Un silencio recorrió la sala. Lucas y algunas chicas lo miraban admirados.
Miss Laura, visiblemente emocionada, dijo:
"Eso es exactamente lo que necesitamos en este grupo, Ezequiel. La valentía de compartir lo que piensas. Todos tenemos algo único que ofrecer. ¡Sigue adelante!"
Eso le dio a Ezequiel el impulso que necesitaba. Volvió a sentarse, sus nervios se habían disipado un poco. Poco a poco, los compañeros comenzaron a aportar ideas, y el proyecto del cartel se iba armando.
Así, a lo largo de las semanas, Ezequiel encontró su voz. Los demás se dieron cuenta de que su tartamudez no definía quién era, sino que era parte de su peculiaridad. Su creatividad, su pasión y sus esfuerzos hablaron por él.
Finalmente, el Día del Estudiante llegó y Ezequiel estaba allí, frente a la escuela, presentando su idea. Este vez, negó a dejar que el miedo lo detenga. Su voz tembló un poco, pero las risas se transformaron en aplausos. Su mensaje resonó en muchos corazones.
Cuando terminó, Lucas corrió hacia él y le dio una palmada en la espalda.
"Lo hiciste increíble, Eze! Estoy muy orgulloso de vos. ¡Sos un genio!"
"Gracias, Lucas. No me rendí y me alegra que lo intenté" - dijo Ezequiel, sonriendo.
Desde ese día, Ezequiel se sintió más aceptado, más incluido. Había encontrado amigos que aprecian no solo su voz sino su espíritu. Y así, a pesar de las dificultades, aprendió que con valor y esfuerzo, tenía el poder de compartir su propia historia, llena de esperanzas y sueños.
FIN.