Lara y el Monstruo de los Miedos
Una vez en un pequeño pueblo, vivía una niña llamada Lara. Era valiente y curiosa, siempre dispuesta a explorar el mundo que la rodeaba. Sin embargo, había algo que la aterraba: el Monstruo de los Miedos, que se decía que habitaba en el bosque cercano. Los adultos le contaban historias de cómo el monstruo se alimentaba de los temores de los niños y crecía más grande cada vez que alguien se asustaba.
Un día, Lara decidió que ya era hora de enfrentar sus miedos. Con su mochila y su linterna, se adentró en el bosque. Mientras caminaba, escuchó un ruido detrás de un arbusto. Lara se detuvo, un escalofrío recorrió su espalda.
"¿Quién está ahí?" - gritó.
Para su sorpresa, de detrás del arbusto salió un monstruo un poco desaliñado, pero no muy aterrador. Tenía ojos grandes y peluditos, y una voz profunda, pero parecía más triste que amenazante.
"¡Eh! No me asustes así, te estaba esperando" - dijo el Monstruo de los Miedos.
"¿Esperándome? ¿Qué querés de mí?" - preguntó Lara, con un poco de temor.
"Quiero que me ayudes. Soy el Monstruo de los Miedos, y he estado muy solo. Cada vez que alguien me teme, me vuelvo más grande. Pero no quiero ser grande y aterrador, quiero ser tu amigo" - respondió el monstruo, con una mueca de tristeza.
Lara se sorprendió, nunca había pensado que el Monstruo de los Miedos pudiera sentirse así.
"¿Amigo? Pero la gente dice que sos malo..." - dijo Lara, inclinando la cabeza.
"No soy malo, solo me acabo alimentando de los miedos que siento. Y, la verdad, estoy harto de estar solo. Si me ayudás a entender tus miedos, tal vez pueda aprender a no hacerles caso" - explicó el monstruo con una voz temblorosa.
Lara se dio cuenta de que, si él también tenía sentimientos, quizás todo su terror se basaba en malentendidos.
"Está bien, te ayudaré. Pero primero tenemos que encontrar un lugar más cómodo para hablar" - propuso Lara.
Los dos se sentaron en una clara del bosque, donde los rayos de sol iluminaban el suelo cubierto de hojas. Lara cerró los ojos y empezó a hablar.
"Soy un poco miedosa cuando se apagan las luces, y tengo miedo de no ser suficiente en la escuela" - confesó.
El monstruo asintió, acercándose un poco más para escucharla.
"Algunas veces tengo miedo de que mis amigos se peleen y todo se arruine" - continuó Lara.
"Esos son miedos naturales, Lara. Pero te invito a mirarlos de otra manera. ¿Qué pasaría si en lugar de pensar en lo que puede salir mal, pensás en lo que puede salir bien?" - sugirió el monstruo.
"Nunca lo había pensado así..." - reflexionó Lara.
Luego fue el turno del monstruo.
"Yo tengo miedo de que nunca más alguien quiera ser mi amigo. Me asusta la idea de quedarme solo para siempre" - confesó el monstruo, mientras su pelaje parecía un poco más lacio.
"¡No tenés que temer eso! Ahora que me conocés, prometo ser tu amiga, y podríamos hacer un club para ayudarnos. Así, todos nuestros miedos podrían volverse más pequeños" - exclamó Lara, llena de emoción.
El monstruo sonrió, y de pronto todo su cuerpo se iluminó. "¿De verdad? ¿Podemos formar un club de amigos en vez de un club de miedos?" - preguntó, mientras empezaba a encogerse.
"Sí, así será. Todos los niños y criaturas del bosque podrán aprender a enfrentar sus miedos juntos" - dijo Lara con una risa contagiosa.
Desde ese día, Lara y el Monstruo de los Miedos se hicieron muy buenos amigos. Juntos, organizaron un club donde los niños del pueblo podían compartir sus temores y aprender a enfrentarlos. Cada vez que alguien hablaba sobre su miedo, el monstruo se hacía un poco más pequeño, y pronto, casi no lo reconocían.
Lara se dio cuenta de que no solo le había dado amistad al monstruo, sino que también había encontrado la valentía dentro de sí misma.
"¡Mirá cómo crecí!" - decía el Monstruo con alegría, mientras se convertía en un amigable peluche de pelaje colorido.
"¡Eres enorme en bondad!" - respondió Lara, y los dos rieron juntos.
Desde entonces, no hubo más historias de terror sobre el Monstruo de los Miedos en el pueblo. Todo lo contrario, se convirtió en un símbolo de la valentía y la amistad. Y todos aprendieron que afrontar los miedos juntos hace que se sientan más pequeños.
Y así, cada vez que alguien temía algo, sabían que podían contárselo a un amigo, y así sus miedos se irían desvaneciendo, igual que el Monstruo de los Miedos, que ya no era un monstruo, sino el mejor amigo que todos podrían tener.
FIN.