Las Abejas de Don Melchor



En un pequeño pueblo llamado Florcita, había un anciano llamado Don Melchor, que era conocido por ser el mejor apicultor de la región. Tenía colmenas llenas de abejas brillantes que danzaban de flor en flor, recolectando el néctar para producir la miel más deliciosa que uno pudiera imaginar.

Un día, mientras Don Melchor cuidaba de sus colmenas, escuchó a unos niños riendo y jugando cerca de su campo. Curioso, se acercó y vio a un grupo de chicos liderados por Sofía, una niña valiente y entusiasta.

"¡Hola, chicos! ¿Qué hacen por aquí?" - preguntó Don Melchor, sonriendo.

"¡Hola, Don Melchor! Estamos buscando flores para hacer un ramo gigante, pero no encontramos muchas" - respondió Sofía.

"Vengan, les mostraré mi jardín lleno de flores. A las abejas les encanta" - ofreció el anciano, guiándolos.

Cuando llegaron al jardín, los niños quedaron maravillados por la variedad de flores que se extendían por todo el campo. Pero también comenzaron a ver a las abejas volando de aquí para allá.

"¿Son peligrosas las abejas, Don Melchor?" - preguntó Tomás, un niño bastante miedoso.

"No, Tomás. Las abejas son amistosas si no las molestas. Están trabajando muy duro para hacer miel y polinizar las plantas" - explicó el anciano.

Don Melchor decidió contarles la importancia de las abejas en la naturaleza. Les habló sobre cómo las abejas ayudan a las flores a crecer y a producir frutos, y cómo, sin ellas, muchos de los alimentos que comen no existirían.

"¡Es increíble! ¿Podemos ayudarles?" - preguntó Sofía, emocionada.

"Claro que sí, pero hay que ser cuidadosos. No hay que asustarlas. Les voy a enseñar cómo hacerlo" - dijo Don Melchor.

Así, con la ayuda de Don Melchor, los niños aprendieron a observar a las abejas sin molestarlas. De pronto, en medio de las explicaciones, un grupo de abejas comenzó a revolotear de manera extraña, como si estuvieran agitados. Débiles y un poco confundidos, los niños comenzaron a retroceder.

"¡Don Melchor, algo está pasando!" - gritó Tomás, señalando un peligroso enjambre de abejas que parecía estar persiguiéndolos.

"¡No se preocupen! Escuchen, quédense tranquilos y no hagan movimientos bruscos" - ordenó Don Melchor, mientras los guiaba hacia un lugar seguro.

Todo parecía calmarse cuando, de repente, vieron a una abeja que no podía volar. Estaba atrapada en un pequeño hueco. Don Melchor se lanzó hacia la abeja.

"¡No puedo creerlo! Ella necesita ayuda" - exclamó Sofía.

"Exactamente. A veces, cuando las abejas se sienten en peligro, pueden comportarse de forma extraña. Vamos a ayudarla" - dijo Don Melchor, con determinación.

Los niños, llenos de coraje, se acercaron. Con mucho cuidado, comenzaron a liberar a la abeja atrapada. Cuando finalmente lo lograron, la abeja salió volando y danzó en sus alrededores.

"¡Lo hicimos!" - gritaron todos, mientras celebraban.

En ese momento, Don Melchor les dijo:

"Recuerden, niños. Las abejas son muy importantes para nuestro mundo. Debemos protegerlas y cuidarlas, porque sin ellas, las flores y los alimentos también pueden desaparecer".

Feliz, el anciano les obsequió un tarro de miel como muestra de agradecimiento por su ayuda, y los niños prometieron cuidar el entorno y hablar a otros sobre la importancia de las abejas.

Así, el grupo de amigos se despidió, prometiendo regresar pronto. Florcita se convirtió en un lugar donde las abejas eran queridas y protegidas, gracias a la valentía y el interés de Sofía y sus amigos. Y, cada vez que los niños veían una abeja volando, sonreían, recordando aquel día en el que aprendieron a proteger a esos pequeños pero poderosos seres del mundo.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!