Las Alas de Finita
Había una vez, en un rincón del océano, una foca llamada Finita que siempre soñaba con volar. Cada día, mientras se tumbaba en una piedra cálida, miraba a los pájaros que danzaban en el cielo azul.
"¿Por qué no puedo volar como ellos?" - suspiraba Finita, mientras sus amigos la miraban con curiosidad.
Su mejor amigo, un pez payaso llamado Pipo, intentaba consolarla.
"Finita, nosotros tenemos el agua, ¡es lo más grandioso!" - le decía Pipo, moviendo su aleta con entusiasmo.
Pero a Finita no le importaba, su corazón deseaba volar. Un día, mientras nadaba cerca de un arrecife de coral, se encontró con un pez arcoíris, que brillaba con todos los colores del mundo.
"Hola, pequeña foca. ¿Por qué te veo tan triste?" - preguntó el pez arcoíris.
"Oh, pez mágico, anhelo volar, pero no sé cómo" - respondió Finita con una lágrima asomando en su ojo.
El pez arcoíris sonrió.
"¿Estás dispuesta a probar algo nuevo?" - le preguntó. Finita asintió con emoción.
El pez la guió a un lugar especial, con aguas cristalinas donde la luz del sol hacía que todo brillara como un diamante. Ahí, le ofreció un bocado de su carne colorida.
"Comete esto, y tus sueños de volar se harán realidad" - dijo el pez.
Finita, intrigada, tomó un bocado del pez arcoíris. En un instante, sintió una energía cálida correr por su cuerpo. De repente, brotaron dos hermosas alas mágicas de su espalda.
"¡Mirá, Pipo! ¡Tengo alas!" - gritó Finita emocionada.
Pipo, asombrado, aplaudió.
"¡Qué increíble! Pero, ¿sabes cómo volar?" - preguntó, lleno de curiosidad.
"No, pero me atreveré a intentarlo" - respondió Finita, pensando en todos los pájaros que había observado. Con un pequeño salto, Finita empezó a aletear. Se sentía rara al principio, pero la emoción la llevó a seguir.
Con un movimiento decidido, se lanzó hacia el cielo. Logró elevarse lentamente, pero justo en ese momento, un viento fuerte sopló y la empujó hacia un lado. Finita empezó a caer, pero Pipo gritó desde el agua.
"¡Mantén la calma, Finita! ¡Recuerda que puedes levantarte de nuevo!"
Con la voz de Pipo en su mente, Finita aleteó con toda su fuerza. Así logró estabilizarse y, tras varios intentos y muchos giros, finalmente empezó a volar por el aire.
"¡Yujuu! ¡Estoy volando!" - exclamó Finita llena de alegría.
Sin embargo, a medida que pasaban los días, Finita se dio cuenta de que volar no era tan fácil. Tenía que aprender a controlar sus alas y salvaguardar su energía.
Un día, mientras exploraba el cielo, se topó con un nido de aves que parecía ser el hogar de varios pajaritos asustados.
"¿Qué les pasa?" - les preguntó Finita.
"Un viento fuerte ha hecho que nuestro nido se caiga del árbol" - respondió una de las aves.
Finita recordó lo que había experimentado en su propio viaje.
"¡No se preocupen! ¡Voy a ayudarles a llevar su nido de vuelta!" - dijo con determinación.
Con cuidado, Finita tomó el nido con sus garras y voló hacia el árbol más alto. Allí, con mucho esfuerzo, lo colocó en una rama firme. Las aves estaban radiantes de felicidad.
"¡Gracias, Finita! Eres una heroína" - le cantaron en júbilo.
Sintiendo en su corazón la satisfacción de ayudar a otros, Finita comprendió que sus alas no solo eran un regalo para sí misma, sino también una herramienta para hacer del mundo un lugar mejor.
Desde ese día, Finita dedicó su tiempo a ayudar a otras criaturas en el océano y en el cielo, mientras continuaba explorando el amoroso abrazo de la brisa. Finita había aprendido que tener alas era maravilloso, pero compartir sus aventuras y ayudar a otros era lo que verdaderamente la hacía volar.
Y así, en el océano y en el cielo, Finita la foca se convirtió en la primera foca voladora, siempre buscando nuevas aventuras y dejando huellas de bondad a su paso.
"¡Voy a seguir soñando y volando!" - dijo Finita con una sonrisa.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.